Últimamente dais nombres a los animales. Una pequeña araña que salió por el desagüe de la bañera era la vivaz Tejedora, el moscón que cabeceaba contra el cristal tratando de salir al exterior, Bruto. La hormiga que cargaba la enorme pipa de girasol, vuestra vecina Incansable; la mariposa que revoloteó sobre la alfombra, como emergiendo de uno de sus dibujos, Coqueta; y uno de los cerdos que visteis junto a la gasolinera, brutalmente hacinados en un camión, vuestro amigo Glotón. A Glotón incluso le disteis una de las magdalenas que acababais de comprar, y que se comió con papel y todo en un abrir y cerrar de ojos. Hablasteis con él; de su familia, de lo que había estado haciendo durante todo ese tiempo en que nada habíais sabido de él. Luego, en secreto, le tuvisteis que decir la verdad, que le llevaban con sus amigos al matadero, y tenía que aprovechar la primera oportunidad para escapar. Desde entonces os habéis preguntado a menudo por él. ¿Vuestra advertencia serviría de algo? ¿Lograría escaparse? Están a vuestro lado, y vuestra obligación es velar por ellos. Por eso les atribuís un nombre. No hay ninguno que no lo tenga, desde la más insignificante hormiga, al burrito que tira entristecido y viejo del carro de los cartones (el pobre Mendigo). Cuando llamasteis Glotón al cerdo de la gasolinera le estabais haciendo un sitio en vuestro propio corazón confundido.
Gustavo Martín Garzo – El cuarto de al lado