El Konzertstück y el estupendo Rondo para violín y orquesta (que esta semana se escuchará en el Delibes) son las dos únicas obras de concierto que compuso Schubert. Pero en su obra vocal se encuentran algunas piezas con obbligato para distintos instrumentos, especialmente importantes en dos canciones: La trompa en Auf dem Strom, y el clarinete, protagonista de la famosa Der Hirt auf dem Felsen (El pastor en la roca) del quesesto del mes con su maravillosa introducción, aquí por el gran Martin Fröst que, con el pianista Aleksandar Madza, acompaña a Sylvia Schwartz
y que puede escucharse completa en la vieja y deliciosa interpretación de Elly Ameling con Jörg Demus y el clarinetista Hans Deinzer a que se refería Lluis Emili en los comentarios del juego.
El clarinete aparece de nuevo acompañando la voz en dos óperas de Schubert: En el singspiel Die Verschworenen oder Der häusliche Krieg (Los conjurados o la guerra doméstica), dialogando con Helene (aquí Gabriele Fuchs) en su triste Romanza, una joya oculta que merece la pena descubrir. El clarinetista es el de la Orquesta de la Radiodifusión de Munich que dirigía Heinz Wallberg.
Y en Fierrabrás, en cuyo primer acto se encuentra el dueto Der Abend sinkt (Cae la tarde), otra preciosidad con un clarinete obbligato en la serenata del caballero Eginhard y una flauta en la respuesta de Emma, la hija del rey, que ahora son Robert Gambill y Karita Mattila en esta interpretación de la Chamber Orchestra of Europe dirigida por Claudio Abbado.
El clarinete había sido inventado hacia el año 1700 por Johann Christoph Denner, pero hubo que esperar hasta 1791, seis años antes de nacer Schubert, para que se fabricase por primera vez un clarinete con una extensión cromática completa de más de dos octavas y media. Ese mismo año, Mozart, que ya había escrito obra de cámara para ese instrumento, componía su famoso Concierto para clarinete. Pero quienes lo hicieron imprescindible en la orquesta fueron, primero Beethoven (recuérdese por ejemplo su papel en el segundo movimiento de la Séptima) y luego Schubert, que además de hacerlo destacar en las citadas obras vocales y utilizarlo en sus dos octetos, el D. 72 y el monumental Octeto en Fa mayor D. 803,
lo incluyó en todas sus sinfonías, salvo la Quinta, siendo especialmente memorable su presentación del segundo tema del Andante de la Inacabada.
Memorables ejemplos de clarinetes protagonistas, de los que me gustaría destacar, por ser poco conocido y a la vez sublime, el obligado del dueto de Fierrabrás, sin duda el momento estelar de la ópera. Una joya musical, de las tantas y tantas que hay y son poco conocidas. Por supuesto también el lied «El pastor en la roca», que no tengo por qué (y sería muy injusto) coger inquina por ser objeto de mi ignorancia y terror nocturno todos los 10 de cada mes. Madre mia. Y una coincidencia: esta semana, en el Auditorio del Conservatorio del Liceu he escuchado, dirigido por el concertino de la orquesta del Liceu (con alumnos de idem) Kai Gleusteen el precioso Rondó para Violín que citas al principio del post. Otra obra que debería frecuentarse más en los auditorios. Veo que el Delibes esta por la labor. Así me gusta, y más cuando voy a conocerlo pronto. 🙂
1. El clarinete es estupendo para las melodías, y Schubert las criaba como conejos.
2. No te olvides de la Romanza de «Los conjurados», que me parece preciosísima. Por cierto, con un clarinete muy verdiano ¿no?
3. Madre mía, sí 😀
4. Esta tarde me toca el Rondó, y la coincidencia es doble, porque aquí tambien lo interpretará un concertino, Daniel Stabrawa, el de la Filarmónica de Berlín (toma ya), que también hará de director.
5. Cantando espero
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