Si los misterios de dolor también se expresan en la obra de Haydn, en las grandes sinfonías parisinas y londinenses parece celebrarse principalmente el gran misterio del gozo de haber vivido: la joie de vivre en su más alta y exaltada expresión artística. Se trata de un tour de force en la capacidad de expresión de la exuberante y desbordada vitalidad de un espíritu jovial (en el sentido jupiterino del término) que alcanza a expresar, en Idea Musical, una de las más altas ideas filosóficas de la tradición occidental: la idea aristotélica de energía (energeia), o de ser-en-acto.
Haydn plasma esa categoría aristotélica a través del gran recurso de la forma sonata con la exposición de las posibilidades latentes que el material ofrece, el desarrollo de las mismas a través del nudo conflictivo correspondiente al segundo gran momento de esta forma, y por fin la reexposición que vuelve a enunciar lo expuesto, pero una vez madurado y actualizado.
La forma sonata era para Haydn, como bien dice Charles Rosen, mucho más que una forma musical: era el lenguaje musical mismo, su código, su gramática, su sintaxis y hasta su semántica y su pragmática. Por eso tendía a absorber todas las demás formas y terminó por contaminar toda su obra. Con ella, Haydn ponía a prueba su capacidad para dramatizar un único tema aparentemente escaso, concebido con mentalidad minimalista y con gran recurso humorístico e irónico. Por lo general era un tema intencionadamente ingenuo, naïf, o que podía parecer hasta infantil, como salido del patio de un colegio, o de ambientes rústicos.
Allegro con spirito, Cuarteto op. 76 Nº 1. Jasper String Quartet.
A partir de esas bases tan parcas y económicas Haydn desplegaba una forma narrativa en claroscuro, en constante alternancia de lo grave y de lo cómico. No necesitó el contraste temático, ni la dialéctica «hegeliana» de opuestos o de contrarios que hallamos en Ludwig van Beethoven, y que desde él tiende a consagrarse como paradigma de forma sonata.
Esa forma sonata inventada por Haydn se aviene, como se ha señalado, con el concepto aristotélico del ser como energía y entelequia (o ser-en-acto), en el que importan la gestación, formación, conflicto y culminación de la forma a través del dominio de lo que es materia potencial, o caos pródigo en razones seminales.
Ésa es la gran Idea Estética, o Idea Musical, que desprende la música de Haydn. Acertó a concretarla a través de su ingente e impresionante despliegue de creación; y no sólo en los primeros movimientos de los cuartetos, tríos con piano, sonatas para piano o sinfonías, sino en todos los movimientos.
Presto, Sinfonía Nº 92 “Oxford”. Concentus Musicus Wien, Nikolaus Harnoncourt
La energía y el brío que se despliega en sus cuartetos y sinfonías, especialmente en el período posterior a las sinfonías de París (o hasta en las dos anteriores que parecen ya presagiarlas), no tienen parangón posible. Es energía radiante en estado puro. Algo que no se descubre en otros compositores; en ninguno de ellos; tampoco en Beethoven o en Mozart.
Esa energía no se halla predeterminada, como en Beethoven, por un estilo heroico que exige la dialéctica del contraste y de la oposición temática, o por su peculiar combinación de la rudeza heroica cuasi-marcial y de la pastoral naturalista, femenina y emotiva.
El argumento musical, en Haydn, se halla sobredeterminado por un código de gran comedia dramática libremente interpretada que admite pasajes de honda gravedad o de severidad sin tacha, sin que sea el registro humorístico, que se desparrama con generosidad por todos los rincones de esas obras, el que necesariamente tenga la última palabra. Y harán bien los críticos en no exagerar su relevancia, pues de ese modo se desvirtúa el sentido altamente dramático de esas imponentes composiciones.
Las mejores obras sinfónicas evidencian una grandeza épica y un despliegue de energía que puede resultar avasallador, como a lo largo y ancho de la Sinfonía n.° 102, una de las más hermosas (y enérgicas) de la serie londinense, especialmente en sus dos movimientos extremos, magníficamente contrastados por el nostálgico y emocionante adagio, y por el encantador trío con sonoridades populares.
Sinfonía n.° 102. Orquesta Sinfónica de Radiotelevisión Española, Sergiu Celibidache.
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Yo también me lo he pasado pipa con esa producción y con esa maravillosa….ópera!!! 🙂 Y en casa de Kalamar he dejado constancia. Y que Haydn, Trías, las sirenas y colegas comentaristas me perdonen… Tengo que soltarlo! :-))))))))))
Aún tienes puesta la sonrisa, yo salí feliz de esa flauta realmente mágica que me hizo disfrutar como pocas veces de la fantasía y la alegría de Mozart gracias a una puesta en escena tan original como cuidada y ejemplar