Ahora llamas a tu hijo Pescadito, en recuerdo de esa película que el otro día visteis ante el televisor. Cuando se lo dices, por lo general al acostarle en la cama, él sonríe complacido. Se estira, se revuelve como un pez, encoge sus brazos hasta que casi se funden con su tronco, se agita nervioso bajo las sábanas y las mantas, como si el sueño que ya le reclama se confundiera con el mar y él se aprestara a recorrerlo a impulsos de poderosos coletazos.
Gustavo Martín Garzo – El cuarto de al lado