La biografía de W. A. Mozart es de tal estilo que todavía hoy produce en lectores y críticos el mismo efecto que suelen causar las separaciones matrimoniales: todo el mundo se ve obligado a tomar partido (a favor o en contra del padre Leopold Mozart, o de la esposa Constance, o de la suegra, pero siempre en unánime hostilidad con el Gran Villano, el cardenal Hyeronimus Colloredo, el patrón de Mozart en Salzburgo).
Ni siquiera hay consenso en relación con la culpabilidad y extravío, o inocencia e ingenuidad, del propio y principal protagonista: ¿dilapidaba Wolfgang Amadeus Mozart fortuna y oportunidades en las mesas de juego, en francachelas, en gastos de representación, en vestuario? ¿O era ella, Constance, la derrochadora en sus constantes curas en balnearios en las que se reponía de sucesivos embarazos (hasta siete), y acaso se dejaba cortejar por el más fiel de los discípulos de Mozart, Franz Xavier Sussmayrr, el que completó como pudo el inacabado Réquiem, al tiempo que Mozart dejaba encinta a la esposa de un compañero de logia masónica, Franz Hofdemel (que pocos días después de la muerte de Wolfgang Amadeus se quitaba la vida, tras intentar agredir a su mujer embarazada)?
Un contexto de materia gruesa para las peores habladurías que permite explicar el vacío que se produjo cuando sobrevino, de manera inesperada, la muerte súbita. Ese contexto de maledicencia generalizada lo explica mucho mejor que el enrevesado recurso a insólitas conjuras, venganzas rituales masónicas, celos mortales de los más directos rivales, u otras especies de subida morbosidad tan del gusto de nuestra cultura de masas.
La vida de Mozart se acaba, así, convirtiendo en un melodrama sobre el que puede fantasearse lo que se quiera (como el célebre crimen imputado a Salieri, que valió un breve relato de Pushkin, más las falsedades de la obra teatral y de la película Amadeus relativas a la paternidad de la Misa de Réquiem, paternidad que hoy se conoce a la perfección, sin lugar posible al fantaseo y a la leyenda).
Me atraen enormemente las figuras cotidianas de compositores y artistas. Su intrahistoria. Lo que no comparto con Trías es que no toma uno partido ni a favor ni en contra, sino que aceptamos y estudiamos a cada cual como fue, pues no son HOllywood, ni personajes de novela, sino que son historia, lo cual es mucho más interesante, para mí.
Me temo (siempre estoy temiendo) que muchos no estudian la historia para acercarse a la realidad sino para confirmar sus prejuicios, y lo acertado del partido que han elegido. Lo digo porque cuando hay sombras en la historia, no creo que sean muchos los que se quedan en ellas. Por otro lado, la vida de Mozart es relativamente popular, y las masas nunca se quedan sin tomar partido 😀
Enrique, no puedo estar más de acuerdo con tu punto de vista