El canto de las sirenas (XLI) – Mozart, armonías de otro mundo

El estado de gracia, en arte, y particularmente en música, no tiene como correlato necesario la fortuna en la vida. (…) Aunque afortunado en su infancia de niño prodigio, Mozart fue muy desafortunado en su condición errante de hijo pródigo. Quizá también aquí deba decirse, con Marcel Proust*, que fue por ser un niño prodigio y por haber sido tan sobrenaturalmente dotado de talento musical, por lo que quizá fue desafortunado en su vida de artista libre, emancipado, sin tutoría, en un tiempo en que arriesgarse a llevar esa vida (libre y bohemia por necesidad) era todavía una temeridad.

Si es verdadera la idea de Thomas Hobbes, la de que la buena suerte es el signo sensible de una predilección divina**, entonces Mozart no fue, precisamente, un ser que gozase de esa gracia. (…) Aunque ¿no es acaso ese carácter de víctima propiciatoria la prueba y la certidumbre misma de esa predilección divina, como quiso el Romanticismo? ¿No exige Dios, el Dios cristiano (…) cierta imitatío Christi como prueba evidente de predilección, o como carácter y destino reservado a los más amados?

Sólo que Wolfgang Amadeus Mozart jamás quiso oficiar de profeta. (…) Y todavía menos de Hijo de Dios. Se presentaba ante los más cercanos con la máscara del payaso o del bufón, cantando las verdades con el mayor descaro, lo que no debía granjearle afecto entre colegas, conocidos y rivales. Sólo que ese payaso escondía, tras su máscara frívola y cómica, una hondura de percepción, de sentimiento y de poder expresivo que bañaba siempre de ambigüedad su propia pirueta, su voltereta o su mueca cómica y carnavalesca.

Y esto no sólo sucedía en el marco de su obra, donde esta difícil conjunción no es la excepción sino la regla. También sucedía en sus pintorescas cartas, especialmente cuando se acercaba, con fatalismo oriental, a la impávida voluntad de Dios en ocasión de la muerte de la madre o del padre, o cuando hablaba de la muerte como una compañera querida en cuyos brazos se entregaba cada noche (sin saber si habría, al día siguiente, un nuevo despertar). (…) Y la musica (“mi musique», como la llamaba Mozart) es, quizás, un eco y reflejo de las armonías ocultas de ese Otro Mundo con el cual únicamente se conecta, en esta vida, en el acto de la creación (musical), o en el instante gozoso en que la idea sobreviene, y finalmente puede plasmarse en el pentagrama en horas de retiro y soledad, olvidando de este modo todos los sinsabores de la vida común o cotidiana.

*Me refiero a la célebre frase de Proust:  «Les “quoique” son toujours des «parce que” inconnues» (Los “aunques” son siempre “porqués“ desconocidos).
** Idea expresada en el Leviatán.
____________________________________________________________________________________________Todo lo que en estas páginas aparece en este color verde, son citas literales del libro El canto de las Sirenas de Eugenio Trías; en negro están los ajustes gramaticales, lo resumido y todo lo que proviene de su texto. Y en este azul, lo añadido, comentarios propios y definiciones o explicaciones de terceros, a menudo de la wikipedia.
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Las apariencias no engañan
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