Migas de Proust (18)

Aquella odiada escalera por la que siempre subí con tan triste ánimo echaba un olor a barniz que en cierto modo absorbió y fijó aquella determinada especie de pena que yo sentía todas las noches, contribuyendo a hacerla aún más cruel para mi sensibilidad, porque bajo esta forma olfativa mi inteligencia no podía participar de ella. Cuando estamos durmiendo y no nos damos cuenta de un dolor de muelas que nos asalta, sino bajo la forma de una muchacha que está ahogándose y que intentamos sacar del agua doscientas veces seguidas, o de un verso de Molière que nos repetimos sin cesar, nos alivia mucho despertarnos y que nuestra inteligencia pueda separar la idea de dolor de muelas de todo disfraz heroico o acompasado que adoptará. Lo contrario de este consuelo es lo que yo sentía cuando la pena de subirme a mi cuarto penetraba en mí de un modo infinitamente más rápido, casi instantáneo, insidioso y brusco a la vez, por la inhalación -mucho más tóxica que la penetración moral- del olor de barniz característico de la escalera.

Anuncio publicitario

Acerca de José Luis

Las apariencias no engañan
Esta entrada fue publicada en Literatura y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Dejar un comentario

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s