La del final del Primer movimiento del Concierto para piano de Grieg, prescrita por él mismo, es una cadenza como Dios manda. El pianista se arranca cuando la cosa va acabando, y el director y la orquesta bajan los brazos y escuchan sus simuladas divagaciones con lo que parece el segundo tema del movimiento, del que pronto emerge el tema principal, soberbiamente embellecido con el piano en plan todo terreno, hasta llegar a uno de esos maravillosos clímax en pianissimo, tantas veces malogrados por las toses o el miedo a las toses, que la orquesta aprovecha para subirse al tren en el último y gran minuto. Y vivan las cadenzas, nunca las caenas.
El movimiento acaba con el mismo “flourish” con el que se inicia, pero vale mucho la pena disfrutar de lo que va de uno a otro y de ahí hasta el final del concierto, especialmente disponiendo de videos como éste del justamente mítico Arthur Rubinstein, con la LSO dirigida por André Previn. Eran los años de los Beatles, sin duda.
Y hablando de pelos: ¿No podría pasar por Einstein el Grieg de estas fotos?