Der Schauspieldirektor («El empresario teatral») es un singspiel cómico que Mozart compuso en un par de semanas para atender una petición del emperador Jose II, “una comedia con música“ según el propio Mozart, en la que se parodian los problemas de una compañía de ópera, ridiculizando la rivalidad entre artistas. Con poco más de media hora de música y solo cuatro números musicales además de la obertura, en dos de ellos cantan sendas sopranos para demostrar su superioridad. La primera, Madame Herz, la Señora Corazón, elige un aria seria, Da schlägt die Abschiedsstunde («Ya es la hora del adiós») en la que, entre bromas y veras, se puede entrever la Pamina de La Flauta mágica
Mademoiselle Silberklang, la Señorita Trino de Plata, no se amilana y opta por el terreno opuesto, con un Rondó de bravura titulado Bester Jüngling! («Querido joven») que cabría perfectamente en Las bodas de Fígaro en las que Mozart trabajaba por entonces
Sigue un trio, en el que un tenor trata de lograr la paz mientras las rivales defienden sus respectivas posiciones: «¡Adagio, adagio!», clama la Señora Corazón; «¡Allegro, allegrissimo!», replica la Señorita Trino de Plata, reproduciendo en cierta forma (además de un viejo debate que circuló por aquí), el mismo enfrentamiento que se produjo el día del estreno de esta obra, en la Orangerie* del Palacio de Schönbrunn, en uno de cuyos extremos se representó este singspiel bufo (tan bufo que uno de sus personajes se llama Buff y al final decide añadir una “o” a su apellido) después de que, en el otro extremo, se hubiese escuchado Prima la música e poi la parole, una ópera seria de Salieri. Y fue Salieri quien ganó: Ganó la ópera italiana frente a la alemana, probablemente contra los deseos del emperador al convocar la competición. Y ganó, seguramente, porque lo circunspecto suele parecer más respetable que lo gracioso. Pero los concursos son para jugar y la música para disfrutar: Aunque no pertenezca a la categoría de estas páginas, escúchese el citado trío en el que ambas cantantes se proclaman “reina de las sopranos”, ante la impotencia del soso pacificador, si se permite la redundancia.
* Durante el siglo XVII, en muchas casas reales se construyeron invernaderos para cultivar naranjas, una fruta prácticamente reservada a los aristócratas. Esas “orangeries”, consideradas como un signo de distinción, se empleaban también para actividades artísticas y banquetes. Son particularmente famosas la de Versalles, la del Palacio de Schönbrunn de Viena y el Zwinger de Dresde.

Orangerie del Palacio de Schönbrunn, Viena