Cuando un concierto ha sido compuesto para un determinado solista y el autor incluso le ha pedido opinión y ayuda para escribir su parte, no es raro que le deje total libertad en la cadenza, ni tampoco que ese permiso sea luego aprovechado por posteriores intérpretes. Eso es lo sucedido -por última vez en una gran obra- con el Concierto para violín de Brahms, elaborado bajo la supervisión de su amigo Joseph Joachim, el autor de la famosa cadenza del primer movimiento, la más habitual pero sólo la primera de una larga serie de alternativas propuestas por distintos violinistas; unas más fieles al espíritu de la obra, otras más orientadas al virtuosismo, todas buscando aportar alguna novedad. Hasta quince reunió el violinista Ruggiero Ricci en una grabación de 1997 con las de Heifetz, Ysaye y Kreisler entre ellas, y ni entonces eran todas.
Cualquier selección debe incluir la primera, la de Joseph Joachim, aplaudida el día de su estreno antes de que acabase siquiera el movimiento y que sigue siendo la más interpretada, aquí por Julia Fischer, con un minuto previo y el final.
Fritz Kreisler juega con complicadas texturas y, sin dejar de basarse naturalmente en el material de Brahms, se aparta algo más de él, como puede comprobarse en el violín de David Garrett
La del que para muchos ha sido el más grande violinista de la historia, Jascha Heifetz, destaca por su enorme dificultad. Hay que ser un virtuoso como Vadim Repin para atreverse con ella:
Joshua Bell trabajó durante largo tiempo su propia cadenza, también llena de retos técnicos pero de un romanticismo un poco alejado del de Brahms
Todavía más reciente, y para concluir, tenemos a Agustin Hadelich, que, según sus propias palabras, deseaba con su cadenza “ayudar a iluminar esta emocionante y poderosa obra desde un nuevo ángulo”
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