
Beethoven conoció a Goethe en Viena, y los dos genios se estimaron y valoraron tácitamente, sin quizás agradarse dada la divergencia de sus caracteres y su diferente comprensión artística, siendo Goethe clásico, Beethoven romántico, Goethe humilde ante los nobles, Beethoven rebelde contra todos. Paseando un día (23 de Julio de 1811), se encuentran con la carroza de la emperatriz y las princesas; Goethe se hace a un lado, se descubre y se mantiene sumisamente inclinado a su paso; Beethoven, por el contrario, se encasqueta el sombrero hasta las cejas, se abotona el abrigo y con las manos en la espalda mira orgullosamente al frente. La emperatriz le saluda la primera, el archiduque se descubre. “Esa gente me conoce”, le dice después a Goethe burlándose de él.
No fue en Viena en 1811 sino en la actualmente checa ciudad balneario de Teplice en 1812 y la familia real no iba en carroza sino a pie. O eso contó la escritora Bettina Brentano, una amiga común (y cuñada de la principal candidata a “amada inmortal”) que fue quien propició el encuentro de los dos genios, aunque no estuvo presente en ese famoso (e históricamente más que dudoso) incidente que ilustró el famoso cuadro de Carl Rohling:
«Goethe se apartó bruscamente de su acompañante, lo dejó con la palabra en la boca, se cuadró militarmente y esperó a los príncipes para saludarlos. Beethoven, por el contrario, se encasquetó el sombrero hasta los ojos, se abrochó el abrigo y, con las manos a la espalda, siguió andando en línea recta avenida adelante. Los príncipes se apartaron para dejar paso al músico y se detuvieron al borde del camino; el archiduque Rodolfo se quitó el sombrero, la emperatriz sonrió. Luego continuaron paseando. Beethoven volvió la vista atrás y pudo ver al gran Goethe inclinándose rendidamente ante los príncipes, barriendo el suelo con su sombrero.»
Probablemente falsa, (Bettina Brentano era muy dada a la fabulación y no hay más testimonios) la anécdota retrata sin embargo el carácter de ambos personajes, al menos en el aspecto que se criticaban uno al otro. Por lo demás, Goethe tuvo más reservas hacia Beethoven que Beethoven hacia él. Años después de su encuentro, Beethoven escribiría:
“¡Qué paciencia tuvo conmigo el gran hombre!…¡Qué feliz me hizo! Habría ido a la muerte, sí, diez veces a la muerte por Goethe”
Lo cual no le impedía criticar su comportamiento social:
«A Goethe le gusta demasiado la atmósfera de la corte, más de lo que le conviene a un poeta. ¿Tiene sentido hablar aquí de la ridiculez de los virtuosos, cuando los poetas, que deben ser vistos como los primeros maestros de la nación, olvidan todo por esos oropeles?»
Goethe recelaba más de la persona que del artista, y aunque acabó reconociéndolo como el más grande de los compositores alemanes vivos, parecía dudar del rumbo que su vehemencia podía dar a una música que le superaba.
«Su talento me asombró; sin embargo, tiene desafortunadamente una personalidad absolutamente indómita, no está del todo equivocado al pensar que el mundo es detestable, pero con su actitud difícilmente lo hará más agradable para sí mismo o para los demás.”
Beethoven nunca dejó de admirar al poeta Goethe. Ya había puesto música a Egmont y a algunos poemas suyos, como los de las preciosas Tres canciones op, 83, la primera de las cuales, Wonne der Wehmut, había interpretado para Betina Brentano cuando la conoció:
Wonne der Wehmut
Trocknet nicht, trocknet nicht, |
Deleite de la Tristeza
¡No os sequéis, no os sequéis, |
Sehnsucht
Was zieht mir das Herz so? Nun wiegt sich der Raben Da kommt sie und wandelt; Die scheidende Sonne Auf einmal erschein ich, |
Anhelo
¿Qué me arranca el corazón de esta manera? Ahora planean los cuervos Entonces se acerca paseando; El sol reluciente De pronto aparezco yo, |
Mit einem gemalten Band
Kleine Blumen, kleine Blätter Zephir, nimm’s auf deine Flügel, Sieht mit Rosen sich umgeben, Fühle, was dies Herz empfindet, |
Con una cinta pintada
Pequeñas flores, pequeñas hojas Zéfiro, tómala entre las alas, Se verá envuelta en rosas, Siente lo que siente este corazón, |
Y seguiría haciéndolo. “Los poemas de Goethe ejercen un gran poder sobre mí no sólo en virtud de su contenido, sino también de su ritmo; me sitúan en un adecuado estado de ánimo y me estimulan a componer en este lenguaje que se eleva a un orden superior como si hubiera una intervención espiritual y lleva dentro de sí el secreto de la armonía”. Dos años después del encuentro, tras el estreno de su Egmont en Weimar, Goethe afirmaría: “Beethoven ha hecho maravillas casando la música con el texto”. Ese mismo año, 1814, Beethoven le dedicó una obra coral con orquesta en la que reunía dos poemas suyos, Meeresstille (Mar en calma) y Glückliche Fahrt (Feliz Viaje), una idea que retomaría pronto Mendelssohn. Se trata de una breve cantata en un solo movimiento, con dos secciones muy contrastadas, como los textos. Si a Goethe le había gustado La creación de Haydn, seguro que disfrutaría con la primera parte; la segunda fue un anticipo de lo que vendría diez años después.
MeeresstilleTiefe Stille herrscht im Wasser, ohne Regung ruht das Meer, und bekümmert sieht der Schiffer glatte Fläche rings umher. Keine Luft von keiner Seite! Die Nebel zerreißen, Es säuseln die Winde, |
Mar en calmaProfunda calma reina en las aguas, el mar permanece inmóvil y el inquieto capitán examina la lisa llanura que los rodea. ¡Ninguna brisa por ningún lado! La bruma se disipa, El viento susurra; |
Escuchar «Mar en calma»…qué maravilla!!! Una de las partituras corales más bellas!!!
Yo no tenía idea ni de su existencia. Y ¿te has fijado el final, como el de la novena?