
El jóven y la muerte (Jacopo Vignali, 1592–1664)
Se ha dicho, con cierta ironía piadosa: Franz Schubert ha sido el músico que ha estado más cerca de Dios. La matizada piedad religiosa que traslucen muchas de sus obras, como su oratorio inacabado Lazarus, o sus misas, especialmente la última en mi bemol mayor, o muchas de sus canciones, requeriría por sí mismo un ensayo, dada la complejidad del sentimiento que en ellas se advierte. Un Dios secretamente emparentado con la experiencia (no necesariamente atemorizante) de la muerte.
Sorprende la complejidad de las ideas musicales de este compositor, y la inteligencia sensible que en ellas se despliega. Son muy ricas y llenas de sutileza las que versan sobre religión y Dios. O sobre la muerte. Ideas musicales profundas, nada convencionales, imposibles de simplificar. Pueden rastrearse en recorridos transversales por sus canciones, oratorios, misas y obras instrumentales, desde La Muerte y la doncella,
o El muchacho y la Muerte, hasta el Crucifixus de la Misa en mi bemol, o del “Grupo del Tartaro”,
o “El postillon Cronos”, o de los sucesivos personajes que se acercan al moribundo Lázaro en su oratorio inacabado: encajes etéreos en torno a una idea de muerte sobre la que será importante demorarse.
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…y esa muerte en vida que recorre fantasmal todo su Winterreise. Muerte?…suicidio?…crisi existencial?…
Vacio existencial
EL ORGANILLERO
En las afueras del pueblo
hay un organillero.
Y con dedos entumecidos
le da a la manivela penosamente.
Se tambalea desnudo
sobre el hielo
Y su platillo siempre
esta vacío.
Nadie quiere oírle, nadie le mira.
Y los perros gruñen alrededor
del pobre viejo.
Y el lo ignora todo,
no se inmuta.
Da cuerda a su organillo,
nunca para.
Extraño viejo,
¿Voy contigo?
¿Harás girar tu organillo
para mis canciones?