Los tres últimos cuartetos de Shostakovich, sobre todo, se cuentan entre los mejores de todos los tiempos, comparables a los de Beethoven, puro late style. En el siglo XX, conforman, junto al cuarteto de Lutoslawski y los seis de Béla Bartók, el relato sonoro de lo que vio Europa en ese tiempo. Sólo algunos poemas (La tierra baldía de Eliot o la Fuga de la muerte de Celan) se les puede comparar. Hay muchas cosas que todavía no hemos entendido de esas obras. Shostakovich habla de la muerte y de la nueva relación que, en una época sin Dios, hemos establecido con ella, pero no para rendirnos a su aniquilación sino para encontrar otro camino.
El Cuarteto nº 13 consta de un solo movimiento de veinte minutos que parece una meditación sobre ese problema. El cuarteto está relacionado con la sinfonía número 14, una serie de canciones para soprano sobre la brevedad de la vida. Y también con la música que Shostakovich compuso por esa época (hacia 1970) para una adaptación cinematográfica de El rey Lear, cuyo aliento –sobre todo el de las escenas de la tormenta– atraviesa estas últimas obras. Shakespeare fue el primero en formular esa nueva relación con la muerte que iba a ocupar a la mente occidental en la modernidad, hasta llegar a la desolación del siglo XX, el verdadero páramo de esa tragedia.
El Cuarteto nº 14 lo compuso Shostakovich después de un viaje a Aldeburgh, el pequeño pueblo costero inglés en el que vivía su hermano Benjamin Britten, a quien le había dedicado su sinfonía número 14. En estos últimos cuartetos –sobre todo en el número 13–, Shostakovich hace a ratos un uso muy particular de la técnica dodecafónica, un lenguaje que, como Britten, consideraba muy limitado, útil tan sólo para expresar “depresión y miedo paralizante”. A su juicio, la música debía buscar nuevos caminos, pero el serialismo constituía un callejón sin salida. Estos cuartetos son también una respuesta a esa cuestión.
Sobre el Cuarteto nº 15 se podrían escribir cientos de páginas, así que es mejor no decir mucho. Se trata de una despedida de la vida y de un epitafio sobre sí mismo. La obra se compone de seis adagios en el que el lenguaje inventado por Shostakovich a lo largo de toda su vida emite su último fulgor. La memoria parece prepararse para su ingreso en una paz definitiva, no sin antes dar testimonio de todo lo que ha visto con una afirmación imbatible. Quizá, quizá ya sólo nos vaya quedando el oído como refugio en este mundo.
Andreu Jaume. Shostakovich y el arte como terapia (II). Crónica global.El español.com.
Me he pasado la mañana con estos cuartetos. La comparación, tanto musical como vital, con los últimos cuartetos de Beethoven se hace irresistible, y nada «odiosa». Introspección, trascendencia y excelencia campean por todo lo alto. Música interior, desde lo más profundo del alma. Música que no necesita de reconocimiento ni aplauso. Se basta ella sola para, al escucharla, transformarnos.
Pues será porque te has recuperado con una buena siesta, porque toda la mañana con esos últimos cuartetos es para estar hecho polvo…
Bueno, los lunes para un jubilata no son cosa nada grave, todo lo contrario, y pueden con todo…»monday, monday…so good to me…»… :-))))))))