«…Tal vez no haya ningún gran escritor que haya hecho mayor uso de la música para ilustrar personajes y crear peripecias que Charles Dickens” La afirmación puede leerse en el prefacio de “Charles Dickens y la música”, un muy exhaustivo y documentado trabajo que James T. Lightwood publicó en 1912, coincidiendo con el primer centenario del nacimiento del autor inglés, prefacio en el que inmediatamente se puntualiza que no es la música de los clásicos sino la popular la que más abunda en las páginas de sus novelas. Pero Dickens era un notable melómano (su favorito era Mendelssohn, especialmente sus lieder, con Chopin y Mozart) y también la música clásica aparece en sus textos, aunque, efectivamente, en mucha menor proporción. Y, curiosamente, las dos únicas obras clásicas concretas que van más allá de una simple cita, pertenecen a Handel
La primera es The Harmonious Blacksmith, (El herrero armonioso), último movimiento de su Suite No. 5 en mi mayor HWV 430, que, en Grandes Esperanzas, lleva a Pocket a sugerir a Pip que adopte el apodo de Handel, algo ya comentado aquí. La segunda es la Marcha Fúnebre de Saul.
– … ¿Sabe Vd. que canción es ésta, Mr. Smallweed? – añadió tras haberse puesto a silbar, marcando el compás en la mesa con la pipa vacía.
– ¡Canciones! – replicó el viejo-. Aquí no tenemos nunca canciones.
– Es la Marcha fúnebre de Saúl. Con ella entierran a los soldados. De modo, pues, que es muy apropiada para cerrar el tema.
El tema era si estaba o no muerto un acreedor del viejo usurero de Casa Desolada, y la forma de zanjar la discusión, realmente original.
Pero esta misma marcha aparece de nuevo en Nuestro amigo común, la última de las novelas completas del gran humorista que era Dickens. Y hay que recordar la pieza o, mejor aún, escucharla mientras se leen las gloriosas lineas que protagoniza:
– Tu madre ha sido, a lo largo de su vida, una compañera a la que cualquier hombre podría… podría admirar… y… y recordar sus palabras… y… moldearse a sí mismo a partir de ella… si a él…
– ¿Si a él le gustase el modelo?, sugirió Bella.
– Buee-no, siiii -replicó, reflexionando, no del todo satisfecho con la frase- o tal vez podríamos decir, si fuera con su carácter. Suponiendo, por ejemplo, que un hombre quisiera estar siempre marchando, encontraría en tu madre una inestimable compañera. Pero si prefiriera pasear, o de vez en cuando le apeteciera trotar un poco, a veces le resultaría un poco difícil acomodar su paso al de tu madre. O míralo de esta otra manera, Bella, -añadió tras un momento de reflexión-: Supongamos que un hombre tuviera que pasarse la vida, no digamos con una compañera, sino con una melodía. Muy bien. Supongamos que la melodía que se le asignase fuera la Marcha fúnebre de Saúl. Bien. Sería una melodía muy adecuada para determinadas ocasiones, ninguna mejor, pero sería difícil seguir su compás en el común discurrir de las transacciones domésticas. Por ejemplo, si después de un día duro se pusiera a cenar con la Marcha fúnebre de Saúl, es probable que la comida le resultase un poco pesada. O, si en un momento dado se sintiera inclinado a aliviar su mente cantando algo cómico o bailando una polca, y se viera obligado a hacerlo al ritmo de la Marcha fúnebre de Saúl, quizás vería frustrada la ejecución de sus joviales intenciones.
– «¡Pobre papá!”, se dijo Bella, colgándose de su brazo.
De todo lo cual no puede deducirse que a Dickens le gustase necesaria y particularmente Handel, y de hecho, el trabajo de Lightwood también recoge que en una obra teatral (y relato de sus Historias de Navidad) titulada No Thoroughfare, se habla de una sirvienta que por miedo a “embrollar la armonía” renuncia a formar parte de un coro local que, entre otros, interpreta a Handel, y se consuela pensando que, a fin de cuentas, “Handel debe haber pasado bastantes ratos en algunas de esas viejas bodegas para andar repitiendo lo mismo una y otra vez”. Al rescate llega un artículo en el que Dickens condenaba el prerrafaelismo en el arte, ironizando sobre los “noblemente dedicados a relegar al olvido a Mozart, a Beethoven, a Handel y a cualquier otro con igual ridícula reputación”. Y, por otro lado, habría que replicar a la sirvienta, cualquier aficionado sabe que lo bueno, si repetido, dos veces bueno. Dos veces o tantas veces bueno como se repita.
® Hace diez años: A Dickens debía gustarle Handel
¡Qué divertido el fragmento de «Nuestro amigo común»! :-)))
Y sí, sí, sí, síiiii….»…cualquier aficionado sabe que lo bueno, si repetido, dos veces bueno. Dos veces o tantas veces bueno como se repita.»
Efectivamente, constatado una vez más en las varias repeticiones de «La marcha fúnebre» con que me he homenajeado esta tarde. No la conocía y me ha gustado muchísimo. Escuchar una marcha de estas características, solemne, pomposa y tranquila contrasta con el carácter tan trágico de la época romántica. Cuanto saben los ingleses de estas cosas: un Purcell, un Handel, un Elgar, un Britten y un Dickens marcan, marcan mucho!
Pues tampoco yo la conocía. Y mucho saben los ingleses, de pompa, pero también de humor.
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