El fenomenal impacto de los «grandes éxitos» de Ravel (especialmente el del casi tristemente célebre Bolero) puede ocultarnos las sutilezas de sus obras más encantadoras, como Mi Madre, La Oca. De hecho, hay varias «versiones» de esa obra y quizás convenga hacer algunas aclaraciones. Su música empezó a surgir en 1908 con la creación de un movimiento único para dúo de piano, la Pavana de la Bella Durmiente. (La famosa Pavana para una Infanta Difunta había sido escrita nueve años antes, en 1899.) En 1910 fueron compuestos cuatro dúos más, y la Suite (ahora llamada Mi Madre, La Oca con el subtítulo «Cinco piezas infantiles») se estrenó en París casi inmediatamente.
Sólo después de que le solicitaran una partitura de ballet el compositor orquestó los originales y amplió la obra, añadiendo un preludio, varias secciones de enlace y un episodio completamente nuevo, además de revisar la secuencia de las cinco escenas originales.
Como sucede con la mayoría de las orquestaciones de las partituras para piano de Ravel, no queda ni rastro del mundo sonoro original. El refinamiento de las texturas que Ravel utiliza para recrear esta música en términos orquestales es una fuente inagotable de asombro. Después de la triste apertura de la Pavane, somos transportados al bosque donde el rastro de migas de Pulgarcito es víctima de varios pájaros cantores [1:42]. Sigue una colorida y exótica representación chinesca mientras Laideronnette («la chica fea» – los cuentos de hadas no siempre son políticamente correctos, ya se sabe) se baña al son de cáscaras de nueces y almendras musicales [5:25]. Luego viene lo que el escritor británico Gerald Larner describe como «la primerísima escena de amor de Ravel» [9:13]. Pero esto no es la disneizada La Bella y la Bestia, y la transformación de la Bestia conduce a una especie de himno que finalmente resulta ser una celebración extática de la naturaleza en «El Jardín Encantado» [14:15]. La radiante orquestación es el quintaesencial Ravel.
Dennis Bade, LAPhil.
® Hace diez años: Ravel y el brujo en L’Auditori
La primera vez que escuche esta obra fue en el Palau de la Música. Hace muchos años, tal vez cuarenta. Quedé maravillado, y desde aquel día ha sido una de mis obras preferidas de este músico fantástico.
Lugar ideal para una obra así, debajo de los cristalitos yo me quede traspuesto con su concierto para piano, que vaya otra.