En homenaje al pueblo de Ucrania y tras la lectura de unas inequívocas palabras del director Thomas Dausgaard, el concierto de este pasado fin de semana en el Delibes de Valladolid se ha iniciado con una breve pieza fuera de programa, la Serenata de la tarde del más importante de los compositores ucranianos, Valentín Silvéstrov, que ha resultado ser la preciosa miniatura que podemos escuchar ahora en un video registrado en 2008 en la misma Kiev.
No hay que ser masoquista para disfrutar, y mucho, con músicas tan tristes como ésta, para gozar de la melancolía o incluso del sufrimiento que la música puede evocar. Esto es especialmente cierto cuando esos sentimientos no se asocian a ninguna pena personal aún viva, sino que, como mucho, suscitan el recuerdo de las ya asumidas o tocan una imprecisa fibra existencial. Y es así porque las emociones que causa la música, por mucho programa que lleve a cuestas, derivan de lo que tiene de absolutamente independiente de cualquier elemento ajeno a ella misma. Pero cuando las circunstancias hacen imposible escucharla sin ser asaltados por imágenes de un dolor tan real y próximo como el que estarán sufriendo los ciudadanos de Ucrania en estos mismos momentos en que aquí nos quiere inundar el placer causado por la música convocada en su honor, la cosa se complica bastante. Digamos que saltan los plomos.
Y ya puestos:
1. Es evidente que al inicio de esta pequeña joya, Silvestrov amagaba con las notas de la introducción de otra Serenata que todo el mundo tiene presente, la de Schubert.
2. Gloriosa anécdota del fin de semana. El concierto se cerraba con la Sinfonía nº 4, «Lo inextinguible» de Nielsen, en cuyo último movimiento compiten dos timbaleros. El segundo sólo participa al final, y es normal que aguarde hasta entonces para incorporarse en su puesto, situado por indicación del compositor lo más cerca posible del público, al borde del escenario. Pero Dausgaard quiso que esperase en la primera fila de la platea, y vestido de paisano. Y en la sesión del viernes, el percusionista estuvo a punto de no llegar a tiempo, tratando de zafarse en las escaleras del escenario de un acomodador que lo tomaba por un espontáneo.
«Pero cuando las circunstancias hacen imposible escucharla sin ser asaltados por imágenes de un dolor tan real y próximo como el que estarán sufriendo los ciudadanos de Ucrania en estos mismos momentos en que aquí nos quiere inundar el placer causado por la música convocada en su honor, la cosa se complica bastante. Digamos que saltan los plomos.» Una bellísima serenata que transformamos, en nuestro interior, en un dramático lamento. El poder de la música se transforma en poder ético y moral contra la barbarie.
Creando una situación muy incómoda; resulta casi obsceno estar disfrutando de un sufrimiento musical estimulado por el sufrimiento real y actual de los que lo inspiran, bien comidos y bebidos y cómodamente sentados sublimando nuestra pena con una música preciosa mientras ellos las están pasando canutas. No sé como explicarlo, es realmente un cortocircuito.
Vamos, que llega a pasar lo descrito en la anécdota y el Delibes es noticia de primera página en el NYT. Me parto! :-)))))))) Y sí, las primeras notas las de Schubert! A esta casa no se le escapa ni una!
No se si has hecho lectura vertical, o me explico peor aún de lo que creo, o se te ha caído algo, porque pasó de verdad, el viernes, en la sesión anterior a la mía. Me lo contó un contrabajo de la orquesta. La pena es que no estará grabado, porque, efectivamente, debió ser antológico.
En cuanto a la cita, no me hagas recordar lo que dijo Brahms al respecto. Con la baja calidad de ese youtube puede pasar desapercibida, pero no en directo, porque es absolutamente explícita y de una pieza conocidísima, de modo que me extrañaría mucho que no fuese intencionada. Lo cierto es que es tan triste como bonita, y fue muy emocionante.
Olvidé escribir que nunca había oído aplaudir tanto una lectura como tras las palabras dedicadas al asunto. Luego la Haffner (y su arranque, tras lo de Silvestrov ya no fué un cortocircuito sino un incendio), la tocaron muy bien y Pablo Ferrandez, con el de Saint-Saens volvió a parecerme un incuestionable número uno, y le aplaudimos a rabiar. La cuarta de Nielsen, solo empezó a interesarme en el tercer movimiento, y el cuarto tampoco estuvo mal.
Si, si, si…no dudo que pasara lo que describes. Quería decir que si hubiera llegado tarde a su puesto el segundo percusionista por culpa del escrupuloso acomodador (alguien debía haberlo avisado, digo yo) la cosa hubiera sido ya espatarrante. Y efectivamente me he explicado fatal. Sorry.