Hacia 1848 Franz Liszt (1811-1886) abandona su esplendorosa carrera de concertista de piano, desiste de hacer gala de su impresionante virtuosismo paseándose por el mundo como artista-espectáculo y se retira del mundanal ruido. Es como si todo el caudal pianístico que llevaba dentro lo hubiera volcado completamente en los escenarios. En esa etapa deslumbrante de concertista multiplicó las posibilidades del instrumento hasta casi demostrar que las 88 teclas del instrumento parecían muy pocas, y lo que es aún más importante: estableció un nuevo formato de concierto que prácticamente alcanza hasta nuestros días. Efectivamente, ante el piano ya no se sentaba exclusivamente el pianista-compositor que interpretaba sus propias obras, sino que el evento concertístico se transformó en un recital de obras de otros autores del pasado y contemporáneos. En la nueva etapa interpreta y dirige obras de sus grandes colegas y amigos (Chopin, Schumann, Berlioz, Wagner, Saint-Saëns, etc…) e inicia una carrera en la composición, tanto pianística como sobre todo orquestal y coral, que le llevaría a ser un creador fundamental en la evolución musical de finales del siglo XIX y principios del XX. Dada su importancia e influencia no se entiende su escasa presencia en la programación sinfónica de las salas de conciertos.
Un claro ejemplo del nuevo rumbo emprendido por Liszt lo constituye el conjunto de 6 piezas para piano que con el nombre de «Consolaciones» compuso en 1850, a la edad de 39 años. Son obras muy breves, sin grandes artificios y que poseen, por carácter y naturaleza, el inconfundible aire de nocturno. Es irresistible la comparación con los maravillosos nocturnos de Chopin: comparten la misma atmósfera de ensoñación y melancolía.
También podemos cerrar los ojos y viajar al clima musical de los Impromptus de Schubert.
O bien seguir sin abrirlos y adentrarnos en el inconfundible sonido beethoveniano.
Pero la joya inmarcesible de la corona la ostenta la «Consolación n.3», tan ejecutada como bis por todos los grandes pianistas. Un nocturno en toda su dimensión, de una belleza excelsa, sublime.
Ha sido de justicia escuchar, a modo de homenaje, las interpretaciones de Nelson Freire, recientemente fallecido y que nos dejó una grabación de referencia de estas «Consolaciones». Pero no puedo evitar mostrar la interpretación de Vladimir Horowitz de esta «Consolación n.3». Ya no es solo música, es escucharla y ver cómo la ejecuta, y cómo pulsa la nota grave de acompañamiento con clase y gesto imperial, acentuándola con una delicadeza imposible. Obsérvese también, con cierto espasmo, como de tranquilo se lo toma Horowitz en las notas finales del nocturno (a partir de 03:20). Y obsérvese también su asombrosa técnica: apenas articulación y dedos casi pegados al teclado. ¿Cómo es posible que le haya sacado este hombre tanto al piano de esta manera? Impresionante.
Y ahora, la maravillosa versión de nuestra Alicia de Larrocha, a la altura de la anterior…o más.
Si será un nocturno lo que acabamos de escuchar que se trata de un claro homenaje a los nocturnos de Chopin. Así lo debió entender Franz Liszt al escuchar (e interpretar) el maravilloso nocturno Op.27 n.2. Aquí lo traigo en manos de un pianista extraordinario: Nikolái Lugansky.
Preciosas. Si me ponen la nº 3 en un quesesto (qué ocasión perdida!) digo que es de Chopin.
Y yo! Es que en todos los conciertos donde se ejecutaba como bis, vamos, el 99% de la población salíamos convencidos de haber escuchado un nocturno de Chopin! 🙂
Nota: el restante 1% era el pianista y algún familiar muy próximo al pianista. 🙂
O un descendiente de Liszt