Enrique IV (David Giles, 1979)
De buena fe… Este joven de sangre fría no me quiere; nadie puede hacerle reír; pero tampoco es extraño: No bebe vino. Jamás ninguno de estos mozos tan moderados llegan a nada; porque sus flojas bebidas les enfrían aún más la sangre, y comer mucho pescado les hace caer en una especie de clorosis masculina, y cuando se casan, engendran hijas. Son generalmente tontos y cobardes, lo que seríamos también algunos de nosotros si no fuese por el calentamiento. Un buen jerez produce un doble efecto: primero, asciende en mi interior hasta el cerebro, me seca allí todos los necios, torpes y malolientes vapores que lo envuelven; lo hace abierto, ágil, inventivo, lleno de ligeras, ardientes y delectables formas; todo lo cual, comunicado a la voz, a la lengua, que le da expresión, produce excelentes ocurrencias.
La segunda propiedad de vuestro excelente jerez es la de calentar la sangre, que estando antes, fría y estancada, dejaba el hígado blanco y pálido, lo que es signo de pusilanimidad y cobardía; pero el vino de jerez la calienta y la hace correr del centro a las partes extremas. Ilumina el rostro, que, como un faro, alerta a todo el resto de este pequeño reino, el hombre, a las armas. Y entonces los vitales obreros y los pequeños espíritus interiores se reúnen alrededor de su capitán, el corazón, quien, potente y orgulloso de su ejército, realiza cualquier acto de coraje; y ese valor viene del jerez.
De aquí que la destreza en las armas no sea nada sin el vino de jerez; porque es él quien la pone a trabajar, y el saber no es más que un simple montón de oro guardado por un diablo, hasta que el jerez se apodera de él y le da vida y empleo. De ahí viene que el príncipe Enrique sea valiente; porque esa sangre aguada que ha heredado, naturalmente, de su padre, la tiene, como se hace con una tierra floja, estéril y yerma, fertilizada, cultivada y sembrada por el excelente trabajo del buen beber y por el buen almacén de fértil jerez, de modo que ha llegado a ser muy ardoroso y muy valiente.
Si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les enseñaría sería abjurar de toda libación débil y hacerse adictos al jerez.
… y del honor.
Qué buenos! El uno y el otro!
Falstaff es un buen argumento para dar lo mejor de cada cual, y este par eran bastante buenos…