Donde se señala que lo verdaderamente prodigioso es el esfuerzo ®

Las diferentes biografías de músicos precoces Saint-Saëns, Haendel, Rameau, Chopin [y desde luego Mozart], muestran que es posible realizar un aprendizaje musical a partir de los primeros años de vida, en la medida en que el niño se encuentra metido en un medio cultural apropiado, y también en la medida en que la audición se organiza muy pronto y en que la técnica instrumental pone en funcionamiento comportamientos motores que no precisan la madurez total del lenguaje, todavía insuficientemente organizado. Ese baño musical indispensable, siempre presente en la historia de la infancia del genio, permite refutar la hipótesis del don musical y de la capacidad innata

Carlos M. Fernández Fernández. Precisiones médicas en torno a Mozart.

No existen genios «naturales». Mozart era el hijo de su padre. Leopold Mozart había pasado por una ardua educación, no sólo en la música, sino también en filosofía y religión. Era un hombre sofisticado y de pensamiento amplio, famoso en toda Europa como compositor y pedagogo. Esto no es noticia para los amantes de la música. Leopold tuvo una influencia enorme en su joven hijo. Me pregunto cuánto de «natural» era este joven. Genéticamente, por supuesto, probablemente estaba más inclinado a escribir música que, digamos, jugar al baloncesto, ya que no medía ni un metro cuando captó la atención del público. Pero su primera buena fortuna fue tener un padre compositor y virtuoso en el violín, capaz de tocar bien los teclados y que, al reconocer alguna habilidad en su hijo se dijera: «Esto es interesante. Le gusta la música. Vamos a ver hasta dónde nos lleva esto».

Leopold enseñó al joven Mozart todo sobre la música, incluyendo contrapunto y armonía. Él se encargó de que el niño conociera a cualquiera que en Europa estuviera escribiendo buena música o pudiera ser de utilidad en el desarrollo musical de Wolfgang. El destino, muy a menudo, es tener un padre determinado. Mozart no era un pequeño e ingenuo prodigio que se sentó ante un teclado y, con Dios susurrándole al oído, dejó que la música fluyera desde la punta de sus dedos. Es una buena imagen para vender entradas para el cine, pero haya Dios besado tu frente o no, todavía queda trabajar. Sin aprendizaje y preparación, no se sabe cómo aprovechar el poder de ese beso.

Nadie trabajó más duro que Mozart. Cuando tenía veintiocho años sus manos estaban deformadas debido a las horas que había pasado practicando, actuando y sosteniendo una pluma para componer. Ese es el elemento que falta en el retrato popular  de Mozart. Ciertamente tenía un don que lo diferenciaba de los demás. Era el músico más completo imaginable, el que escribió para todos los instrumentos en todas las combinaciones y nadie ha compuesto mejor música para la voz humana que él. Sin embargo, pocas personas, incluso las más enormemente dotadas, son capaces de la aplicación y concentración que Mozart mostró a lo largo de su corta vida. Como escribió Mozart a un amigo, «La gente se equivoca pensando que mi arte me llega fácilmente. Te lo aseguro, querido amigo, nadie ha dedicado tanto tiempo y reflexión a la composición como yo. No hay un solo maestro famoso cuya música yo no haya estudiado laboriosamente muchas veces”. La fijación de Mozart fue extrema; así tuvo que ser para dar a luz la música que produjo en su relativamente corta vida en las condiciones que soportó, escribiendo en carruajes y entregando partituras justo antes de que se levantara el telón, lidiando con la distracción que supone sacar adelante una familia y con la constante necesidad de dinero. Cualquiera que sea el alcance y la grandeza que se atribuya al don musical de Mozart, a su llamado genio, su disciplina y ética de trabajo eran iguales.

Seguro que esto es lo que Leopold Mozart vio tan pronto en un hijo que, a los tres años, un día saltó impulsivamente al taburete para tocar en el clavicémbalo de su hermana mayor. Y fue herido de inmediato. La música se convirtió rápidamente en la pasión de Mozart, en su actividad preferida. Es difícil que Leopold tuviera que decirle a su hijo más de una vez, «Ven aquí a practicar tu música». El niño lo hacía solo.

(…)

Incluso Mozart, con todos sus dones innatos, su pasión por la música y la dedicada tutela de su padre, necesitó tener veinticuatro sinfonías juveniles en su haber antes de componer algo perdurable con la número veinticinco. Antes de poder escribir Così fan tutte, Mozart había practicado muchas escalas 

Twyla Tharp. The Creative Habit

 

® Hace diez años: El no tan prodigioso caso de los niños prodigio

 

 

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Acerca de José Luis

Las apariencias no engañan
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4 respuestas a Donde se señala que lo verdaderamente prodigioso es el esfuerzo ®

  1. josepoliv dijo:

    Algo de herencia genética seguramente hay, pero la tesis del escrito es impecable. El genio no nace, se hace…con gran esfuerzo.

    • José Luis dijo:

      Herencia y ambiente, yo creía que lo tenía claro: Heredas un potencial que puede o no alcanzarse en función del ambiente. Así debe ser con la altura, por ejemplo, pero en estas cosas como la música (o la inteligencia), la capacidad «máxima» heredada aumenta con el ambiente. El vaso heredado que puede o no llenarse, resulta que se puede hacer más grande.

  2. Miguel Crespo Sansano dijo:

    Muy interesante este artículo porque aunque uno no quiera es difícil no dejarse influir por la cantinela del niño prodigio, su malvado padre…

    • José Luis dijo:

      Desde luego. Y me parece que, en general, tendemos a creer más en los dones de la naturaleza que en el fruto del esfuerzo. La naturalidad con que parece fluir la música de Mozart o la aparente facilidad con que toca un violinista nos suelen llevar a pensar más en sus dotes que en las miles de horas de trabajo que hay detrás. Se oye más decir «¡Qué suerte saber tocar así de bien» que «¿Cuántas horas se debe pasar este practicando cada día?». Tampoco es raro, es más romántico creer en milagros que en el sudor. De hecho, seguro que somos muchos los que ni siquiera habíamos oído hablar de que Mozart tuviese los dedos deformados de tanto darle al teclado… Pero ya lo dijo alguien, “la genialidad es 1% de inspiración y 99% de transpiración»

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