La Misa en Si menor bachiana, es una partitura sencillamente colosal. Los avatares de su composición, las tres etapas separadas de la misma, con un periodo que abarca desde 1724 a 1747-49, no dejan de asombrar a los estudiosos cuando, en lugar de algo fragmentario y unido de manera forzada, se topan con una composición redonda, cohesionada, fluida, dotada de una unidad aparentemente granítica, que cuesta creer, aunque así sea, que haya sido fruto de tantos años y fases, y no de un impulso único y más breve.
Está luego el otro asunto que levanta cejas, que es el de una misa católica compuesta por un devoto protestante. Se ha invocado el carácter ‘ecuménico’ que podría tener su intención, dado que su interpretación, en la Alemania luterana, parecía en su momento desde luego inviable. Pero más allá de todas estas disquisiciones, lo que encontramos es una música, como tantas otras cosas que salieron de la pluma del Cantor, absolutamente genial, perfecta y, sobre todo, profundamente humana.
Más allá de creencias religiosas de uno u otro tipo, la gran Misa bachiana es un testimonio de profunda y trascendida espiritualidad, un recorrido por la quintaesencia de algo que nos lleva a una dimensión diferente, llámesela como se quiera, pero que tiene además la virtud de ser una belleza que siempre está profunda y cercanamente conectada con lo más humano. Hay en la Misa bachiana grandeza y solemnidad (principio del Kyrie, Gratias agimus, Sanctus, Dona nobis pacem),
misterio y respetuosa devoción (Et incarnatus, en buena medida también el bellísimo Benedictus),
sereno dolor (Crucifixus),
sentida súplica (Qui tollis peccata mundi y, sobre todo, el escalofriante Agnus Dei),
decidida afirmación de fe (la rotunda y reiterada afirmación de las palabras Credo in unum Deum en el cantus firmus sobre el hermoso y perfecto contrapunto tienen una significación bien perceptible) y emotiva y evidente exaltación,
con júbilo manifiesto, en muchos momentos del Gloria, con mención especial para el final,
y también del Credo (Et resurrexit y también el final)
y el Sanctus (la alegría contagiosa del Hosanna).
Y la obra entera está, además, impregnada de esa paz del espíritu que Bach sabía dibujar tan bien. La paz se respira desde el tranquilo primer Kyrie hasta las muchas y bellísimas arias y dúos en el Gloria o el Credo. Y es, sobre todo, la sensación que lo impregna todo al final, como una suerte de hipnosis para el alma en la que, sin darnos cuenta, nos acabamos sumergiendo cuando la interpretación es lo suficientemente buena como para hacernos llegar todas esas sensaciones.
Rafael Ortega Basagoiti.
Bach por Suzuki: la elevación del espíritu. Scherzo, 11/11/2022.
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Quién haya leído y escuchado atentamente y con devoción este post irá corriendo a escuchar entera esta obra inmarcesible en sala de concierto o iglesia en cuanto se le presente la primera ocasión. Fijo! 🙂
Me encantó el texto: «Más allá de creencias religiosas de uno u otro tipo, la gran Misa bachiana es un testimonio de profunda y trascendida espiritualidad, un recorrido por la quintaesencia de algo que nos lleva a una dimensión diferente, llámesela como se quiera, pero que tiene además la virtud de ser una belleza que siempre está profunda y cercanamente conectada con lo más humano.» Nada nuevo, pero absolutamente auténtico y no se puede decir ni mejor ni más sencillamente». Sí señor.