La etnicidad viene definida básicamente por la consciencia de pertenecer a un grupo humano determinado por una serie de atributos predominantemente de orden sociocultural que hacen que se lo pueda considerar una «etnia» o parte de una «etnia» . Esta consciencia implica una determinada percepción socialmente subjetiva del grupo y también un sentimiento de colectividad.
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Se puede entender la etnicidad como «la organización social de la cultura de la diferencia». (…) Etnicidad es sobre todo consciencia de identidad grupal. Cuando esta consciencia necesita contenidos expresivos para justificar la «realidad» del constructo social referencial, es cuando se manifiesta en determinadas producciones culturales, como, por ejemplo, la música
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No toda música es «étnica» pero sí toda música puede ser en potencia etnicitaria: es decir, puede expresar valor étnico aunque ello no constituya su marca definitoria. Sólo es necesario que se la identifique en un momento dado con el referente de la etnicidad. También, pues, pueden las músicas académicas ser portadoras de significaciones étnicas sin que ni mucho menos nos tengamos que limitar a los denominados «nacionalismos musicales», los cuales, ya por definición, son músicas etnicitarias.
Bach, Beethoven, Mendelssohn, Wagner… representan muchas cosas. Se los acostumbra a ver «sencillamente» como grandes genios dentro de la producción musical de la humanidad, pero si en algún momento ha interesado, también se los ha hecho etnicitarios recalcando su condición de alemanes, o de judío en el caso de Mendelssohn, y por tanto digno del indigno desprecio racista. La música denominada «culta» puede ser también aliada de la etnicidad.
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Cuando escuchamos obras de Falla, Sibelius o Smetana podemos ser más o menos conscientes de su trasfondo étnico. No es preciso, no obstante, que esta componente semántica nos sea eternamente recordada. En realidad, cuando se asiste a un concierto con estos repertorios no se hace generalmente con la idea de «hacer patria» o de ver «hacer patria». Esto no significa sin embargo, que cuando el contexto lo requiera, no se recurra fácilmente a estas significaciones. Recuerdo que en el año 1968 la Sinfónica de Praga visitó Barcelona para ofrecer dos conciertos en el «Palau de la Música de Barcelona» con un repertorio clásico para estas ocasiones. Su estancia en Barcelona coincidió, con la marcha sobre Praga de los carros de combate soviéticos destinada a sofocar los intentos reformistas del gobierno checoeslovaco. El prospecto del programa del concierto al cual asistí incluía entre otras una obra de Tschaikowski. En vista de los acontecimientos de Checoeslovaquia, el director de la orquesta anunció al público un cambio de programa de última hora: la obra prevista de Tschaikowski fue sustituida por el Moldava de Smetana, obra que no estaba prevista para aquella función: un acto de afirmación étnica a través de la música; el concierto adquirió sentido étnico.
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Una música deviene étnicamente significativa no tan sólo por su proceso de gestación, sino también por el contexto en el cual se la insiere; es decir, por la situacionalidad. El mejor ejemplo lo tenemos en los usos musicales de los emigrados. En su necesidad de construirse espacios simbólicos propios dentro de la nueva sociedad receptora, las músicas que se han llevado consigo en el equipaje pueden adquirir significaciones adicionales. La mayoría de los ciudadanos de Fez o Casablanca devienen vivencialmente marroquíes cuando pasan la frontera del estrecho, no antes. Y lo mismo sucede con sus músicas. Un concierto de rai, -música moderna magrebí- puede tener una fuerte carga étnica en Barcelona, mientras que en su país de origen no tan sólo carezca de esta connotación sino que incluso pueda ser ignorada por oyentes de gustos más tradicionales .
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Amar una música es identificarse con quien la ha creado. Amar la música de un colectivo es identificarse con este colectivo o, al menos, implica la generación de sentimientos positivos hacia esta colectividad. Por eso los nazis prohibieron la música de Mendelssohn, aunque sus piezas fuesen Lieder ohne Worte [Canciones sin palabras], por judío, o por esto la China comunista erigió una nueva muralla contra el rock y otras músicas del decadente mundo capitalista. La existencia de músicas etnicitarias no es únicamente el reflejo de una situación. Estas músicas son también agentes positivos en la creación y mantenimiento de aquello que representan .
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Cada vez que una persona escucha una música con carga semántica de etnicidad, se le está planteando una representación colectiva; se le muestra la «evidencia» de la existencia de un constructo cultural -la nación, el grupo étnico, el pueblo-, puntos de referencia de naturaleza simbólica pero extremadamente movilizadores al mismo tiempo. El gran poder de la música reside precisamente en que refuerza el sentimiento de colectividad en relación a aquello que denota. Una persona se siente más joven (y por tanto más unido a este sector generacional) cuando escucha rock; más religiosa cuando entona el Salve Regina y por tanto más cerca de los que hacen como él; más perteneciente a su colectividad étnica cuando escucha repertorio tradicional de su país. En la confrontación directa con estas producciones musicales afloran todas aquellas significaciones asociadas que mediante los procesos enculturadores han sido machaconamente inculcadas a los individuos. Todo esto no se ignora: las músicas se instrumentalizan de manera muy consciente. Por lo que respecta a la etnicidad, los himnos nacionales, -por su concepción y pragmática- representan el corolario de una experiencia secular en relación al uso de la música.
La etnicidad es solamente un constructo destinado a organizar parte de la interacción humana: sirve para marcar diferencias. Pero las marca no por otra cosa sino por la misma necesidad de la diferencia. Si estas diferencias son cada vez menos en el plano estructural de las sociedades modernas, parece lógico pensar que la reproducción social de la identidad se base cada vez más en la dimensión expresiva. Fomentar la continuidad de las lenguas minoritarias en la era de las telecomunicaciones es decididamente antieconómico: no podrán ejercer nunca las funciones primarias de la lengua -la comunicación- con la misma eficiencia que las grandes lenguas transnacionales. Sus parlantes habrán de llegar a ser forzosamente bilingües. Pero el hecho de que estas lenguas vean mermadas sus posibilidades instrumentales no quiere decir que no cumplan otras funciones que al fin y al cabo son las que hacen que estas actitudes conservacionistas sean profundamente racionales. Estas lenguas son recursos expresivos que permiten, entre otras cosas, la reproducción de la identidad. Y es así también como debe ser entendida la relación entre música y etnicidad: la música como un valioso recurso expresivo de esta necesidad de la diferencia.
Josep Martí. Música y Etnicidad: una introducción a la problemática.
® Hace diez años: Nacionalismo y música según Barenboim
Estupendo escrito este de Martí, con una muy interesante «coda» final.
Mas que un resumen, son los párrafos más concluyentes, el trabajo es muy extenso, puedes verlo en el enlace. El final es realmente estupendo