TAR

Al poco de empezar «Volverás a Región», Juan Benet aprovechaba sus conocimientos como ingeniero de caminos para dedicar unas largas y agotadoras páginas a describir detalladamente y con un inmisericorde lenguaje técnico la geografía física y la geología del ”regionato” en que se desarrolla su obra, poniendo a prueba la paciencia del lector más animoso. Un filtro, una advertencia, un peaje, quizás, pero también un recurso faulkneriano y una forma de dimensionar en el inmenso tiempo geológico la historia del hombre y de la guerra civil que íbamos a  sentir desde ese territorio mítico. En todo caso, valía la pena.

No puede decirse lo mismo del arranque de TAR, de los interminables cuatro minutos dedicados a los títulos de crédito. Porque  no se trata de los habituales, con los nombres principales de la película presentados más o menos atractivamente, sino unas de esa interminables paginas atiborradas de ilegibles nombres y apellidos pertenecientes a cualquiera que haya tenido relación con la filmación, incluyendo los del taxista que trajo al camarero que le llevó un café a la recepcionista de la oficina del ayudante del director de fotografía de la unidad secundaria, es decir de esas pantallas que van pasando al acabar la película mientras uno se está yendo, a menos de que le interese saber el autor de aquella canción, o le guste mucho la música que los acompaña o/y se haya quedado clavado a la butaca. Pues esos, los del final, al principio, quizás con la excusa de hacernos escuchar lo que parece (y resulta) ser un místico canto étnico (“Cura mente” se llama, peruano), aunque más probablemente sólo una originalidad del director, que ni nos prepara ni sitúa nada salvo la tentación de abandonar antes de empezar. Tentación en la que algunos acaban por caer pronto, doy fe, tras una primera media hora repleta de conversaciones sobre música y músicos, mezclando entre estos nombres reales y ficticios que pueden hacer cierta gracia a los melómanos pero que aburrirán supinamente a quienes los desconozcan, especialmente cuando, por ejemplo, se les facilita la comprensión hablando de MTT para referirse a Michael Tilson Thomas.

Toda esa erudición musicológica no sería imprescindible para perfilar a la protagonista, la directora Lydia Tar, pero podría darse por buena si luego nos encontrásemos ante un personaje de carne y hueso, y no es el caso. Lydia Tar es una construcción absolutamente desajustada que no suscita ni frio ni calor, ni amor ni odio, ni admiración ni compasión. Lo que queda más claro es que Lydia Tar es una histérica de tomo y lomo y no hace falta revelar una escena cumbre absolutamente delirante para justificarlo, basta ver su gesticulación al dirigir. Por cierto, sólo entendiendo al personaje como una histérica puede aceptarse que se hable del gran trabajo de Cate Blanchet, porque jamás ningún director de orquesta gesticulará de forma tan atléticamente exagerada y desagradable como lo hace Lydia Tar en todas y cada una de las secuencias en que aparece dirigiendo.

A nadie debiera molestarle este calificativo tan políticamente incorrecto, ni tampoco que, para una vez que el director es directora, la pinten así. Ni siquiera a Marin Alsop, señalada como su alter ego, que ha entrado al trapo haciéndole más publicidad a la película. Porque Tar es una histérica de la que apenas conocemos más que sus ataques de histeria, mejor o peor reprimidos a lo largo de la película. Y una persona que da continuas muestras de histeria como principal rasgo de su personalidad, no parece en la mejor disposición para amar realmente la música ni menos haber hecho una carrera triunfal ni mucho menos llegar al frente de la Filarmónica de Berlín. Lydia Tar es muy vistosa, pero no es creíble. Y en cuanto a su peripecia, no vale la pena detenerse mucho en ella, un folletín lamentable ambientado en un mundo muy alejado de la realidad. De la «meditación sobre el poder» de que habla Cate Blanchet en las entrevistas, nada de nada. Y de ofensa a la mujer, tampoco, que no ofende quien quiere sino quien puede.

Con todo, TAR tiene una escena tristemente interesante. Dando clases de dirección en la mítica Juilliard Scholl, la protagonista se encuentra con un alumno que rechaza a Bach:

– Como persona BIPOC y pangénero, la vida misógina de Bach hace que me sea imposible tomar su música en serio.

– Explícame a qué te refieres con eso.

– ¿No engendró unos 20 niños?

Y la directora le destroza sin el menor problema, poniéndole en evidencia tras tocar al piano (dicen que la propia Cate Blanchet) el primer Preludio de El clave bien temperado y advertirle: “Frena esas ganas de sentirte ofendido. El narcisismo por las pequeñas diferencias conduce al conformismo más aburrido.” La salida final  del muchacho es la previsible:

Eres una maldita perra.

– Y tú un robot. Por desgracia, quienes moldean tu alma parecen ser las redes sociales.

No dan ganas de aplaudir, porque Lydia Tar solo suscita indiferencia, haga lo que haga, pero la escena es, ante todo, la revelación o constatación de una triste realidad: Existen, igual que existen los terraplanistas, esos nuevos fariseos más interesados en juzgar al autor que en apreciar su obra. Y son o se hacen oír cada vez más. Y no es ficción: La reacción de la directora ante el robot BIPOC y pangénero ha sido fuertemente criticada en la sociedad estadounidense por su intolerancia. En cambio, no parece que nadie haya censurado que todos se dirijan a ella llamándola “maestro” y no “maestra” (En este caso, “maestre” tampoco valdría)

Por otro lado, aunque sea anecdótico, es curioso que el guion no haga señalar a la directora la obvia falsedad de la mayor: Tener veinte hijos no significa ser un misógino ni tampoco un depredador sexual, sino únicamente haber encontrado mujer o mujeres dispuestas a gestarlos, que por su parte, entre los veinte y los sesenta, uno cada dos años no parece ninguna proeza… Como aquel chiste:

– ¿Dieciocho hijos dices que tienes?

– Sí. Dieciocho.

– ¿Con la misma?  

– Sí, con la misma. De tres mujeres distintas, pero yo con la misma.

(Rafael Ortega Basagoiti, en un excelente artículo sobre el asunto, nítidamente titulado “Pazguato a estribor” (que puede disfrutarse aquí gracias al amigo JO), resume con mucha gracia este detalle: “…reputación de Bach como “misógino” -basada, según el diálogo, en que tuvo veinte hijos; toma nísperos con la solidez del razonamiento-«)

Poca cosa más. La originalidad del director, Todd Solonz, que sorprendió en 2001 con una estupenda ópera prima titulada “En la habitación”, se acaba en la pesadita broma de los títulos de crédito iniciales. Porque luego resulta que Lydia Tar se porta fatal con todo el mundo, es muy mala y como tal debe ser y es castigada cruelmente. Y en ese larguísimo y decepcionante viaje de casi tres horas de estridencias para llegar a un final también original en la forma pero tópico en el fondo, lo mejor, con mucho, es una cita ajena, las palabras de Bernstein en un documental que su discípula y admiradora ve en la televisión.

¿No te sientes triunfante? ¿No hizo esto que te sintieras por lo menos como el ganador de un partido de fútbol, tal vez de unas elecciones presidenciales? Ahora podemos entender realmente cuál es el significado de la música: Es lo que te hace sentir cuando la escuchas. Finalmente hemos dado el último paso de gigante, y estamos ahí, ahora sabemos lo que significa la música ahora. No tenemos que saber mucho de sostenidos, bemoles, acordes y todas esas cosas para entender la música; si nos transmite algo, no una historia o una imagen, sino un sentimiento, si nos hace cambiar por dentro y tener todos esos diferentes buenos sentimientos que la música puede hacernos tener, entonces lo estamos entendiendo. Y eso es todo lo que hay que hacer. Porque esos sentimientos no son como las historias y las imágenes de las que hablábamos antes; no son extra; no están fuera de la música; pertenecen a la música; ellos son de lo que se trata la música.

Y lo más maravilloso de todo es que no hay límite para los diferentes tipos de sentimientos que la música puede despertarte. Y algunos de esos sentimientos son tan especiales y tan profundos que ni siquiera se pueden describir con palabras. No siempre podemos nombrar las cosas que sentimos. A veces podemos; podemos decir que sentimos alegría, o placer, paz, o lo que sea, amor, odio. Pero de vez en cuando tenemos sentimientos tan profundos y tan especiales que no tenemos palabras para expresarlos y ahí es donde la música es tan maravillosa; porque la música les pone nombre, sólo que con notas en vez de con palabras. Todo está en la forma en que se mueve la música: nunca debemos olvidar que la música es movimiento, siempre yendo a alguna parte, moviéndose, cambiando y fluyendo, de una nota a otra; y ese movimiento puede decirnos mejor cómo nos sentimos que un millón de palabras.

Acerca de José Luis

Las apariencias no engañan
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5 respuestas a TAR

  1. josepoliv dijo:

    La película no solo es muy mala, sino que da una idea delirante de como funciona una orquesta. En pantalla vemos, estupefactos, como un asistente de director tiene como principal cometido llevar la agenda y los cafés al titular. No me imagino a una gran figura actual de la dirección como Daniel Harding, cuando en sus día era asistente de Claudio Abbado, desempeñar alegremente esa función, ni a Abbado reclamándosela. ¡Vamos hombre! También vemos, estupefactos, como una orquesta, del nivel de la Berliner elige, de manera improvisada (días antes del concierto!), la obra que debe acompañar a la obra principal (la quinta de Mahler). No solo eso, resulta que la directora decide que sea una alumna (¡¡¡una alumna!!!) la solista del concierto escogido (el de Edward Elgar, para lucimiento de la alumna de violoncelo, claro). Y hay más situaciones absolutamente risibles. Por otra parte, una directora de ese talante nunca llegaría a dirigir una orquesta tan prestigiosa, porque la histeria parece ser (actualmente) un plus a tener en cuenta en política, pero no se lleva bien en un podio de dirección de orquesta. La película no hay por donde cogerla, es un dislate tras otro y casi un insulto dirigido a los espectadores y sobre todo a los gestores artísticos de las orquestas. Y es una lástima, porque pretende exponer los daños colaterales provocados por esa tragedia intelectual que supone para el arte la aplicación de eso que se da en llamar doctrina woke (una reaccionaria versión de lo políticamente correcto, y un revisionismo integrista de hechos, situaciones y comportamientos del pasado) y lo que logra es que nos parezca estupendo que a Cate Blanchett la manden freír espárragos.

    • José Luis dijo:

      «la histeria parece ser (actualmente) un plus a tener en cuenta en política» 😀

      Hay asuntos ante los que hay que tomar partido, pero tampoco está mal limitarse a una exposición objetiva y realista de los hechos. Este director no hace ni una cosa ni la otra. Y lo que sale es un churro indefinido.

      • josepoliv dijo:

        Un ejemplo palmario de «limitarse a una exposición objetiva y realista de los hechos» es la película francesa (¡como no!) «El acusado». Es sensacional. Un tema de gran actualidad como el del consentimiento en las relaciones sexuales tratado de manera extraordinaria. De obligada visión para muchos (y muchas, claro), aunque mucho me temo que para mentes con alto grado de toxicidad ni así.

        • José Luis dijo:

          Pone en evidencia, por contraste, la total ausencia de debate inteligente y honesto en nuestra sociedad. Me sorprendió y dio mucha envidia enterarme hace no demasiado de que a los jóvenes franceses les gusta la filosofía. Hay quien piensa y hay quien pontifica. El guion de la película está milimetrado y no deja resquicios pero parece que a algunos les ha parecido artificiosa, demasiado «intelectual». Deben preferir los gritos y las consignas, estoy pensando que aquí se ha dejado el catolicismo pero no se sabe vivir sin abrazar una religión. O una farola. Porque la película (Las cosas humanas, precioso título, ¿porqué se lo habrán cambiado?) consigue exponer los argumentos fundamentales sin perder credibilidad ni interés dramático. Para mí, genial.

  2. josepoliv dijo:

    Por cierto, qué grande Leonard Bernstein en esa explicación acerca de los sentimientos que la música nos despierta!

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