
Igual que Goya a la pintura, Beethoven liberó a la música de la condición de arte servil y mero pasatiempo. La sacó del salón cortesano o del mundo nobiliario para llevarla al hombre de la calle, y si hoy podemos decir que la música es el arte más universal, a él se lo debemos principalmente.
También como el de Goya, a quien tantas cosas le unieron sin saberlo, su arte cabalga entre dos siglos. Partiendo del antiguo régimen, restringido y tutelar, se dirige abiertamente hacia un nuevo orden, universal y democrático. Los ideales de su época, derechos humanos, sufragio universal, independencia nacional, hermandad de una sociedad libre y feliz, se sublimaron en su espíritu creador, llevándole con decisión a abandonar los moldes clásicos y buscar, con increíble acierto, nuevas formas que le permitiesen avanzar ilimitadamente, sin perder jamás el equilibrio, en la difícil dualidad forma-contenido.
Las relaciones de Beethoven con España pueden comenzarse a rastrear desde su propio origen. El apellido Beethoven facilitó a los investigadores la comprobación del origen flamenco del compositor, cuyo abuelo Lodewik, había nacido en Malinas y, procedente de Amberes, llegó a Bonn hacia 1740, donde fue maestro de capilla del arzobispo elector de Colonia. La continuada presencia española en Flandes en los siglos anteriores no le fue desconocida a Beethoven por referencias familiares. Por otra parte, su pequeña estatura, piel oscura, manos velludas y negros cabellos, hicieron que, entre los suyos, fuera conocido como “el español”, a lo que contribuía también la viveza latina de su mirada, sus modales toscos, su aire adusto y lo apasionado y tenaz de sus apreciaciones.
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