Todo artista debe dominar el arte de la interpretación, pero quienes más necesitan hacerlo son los cantantes del género lírico. Una buena compenetración con el personaje de una ópera o una zarzuela suple a veces las deficiencias de una voz imperfecta. La diva italiana Giorgina Mascheronni interpretaba con tal vigor el personaje de Violetta Valéry en la ópera La traviata, que el público, conmovido hasta el llanto, no habría llegado a darse cuenta de que la artista era muda si no es porque lo advierte así el crítico musical de La Stampa Torinense.
Aún se recuerda la multitud que se hizo presente durante sus funerales en Milán. Giorgina fue enterrada en medio del dolor y la conmoción general, a pesar de sus protestas. Nadie podría creer que, después de aquella maravillosa interpretación de la muerte de Violetta en la noche del 11 de septiembre de 1927, la Mascheronni pudiera estar viva.
Era también histórica la interpretación que hacía el tenor navarro Eleuterio Garay del personaje principal de la opereta española El rey que rabió. Su interpretación del monarca hidrófobo era tan convincente que un espectador se vio obligado a matarlo a tiros una tarde en pleno Teatro Arriaga de Bilbao cuando, arrojando babaza y gruñendo amenazadoramente, el cantante se aprestaba a morder al director de la orquesta.
El talento le llegaba a Garay por la sangre, ya que era hijo de la famosa soprano Pilar Archila y del tenor lírico Alfonso Garay. Puede decirse que había nacido en las tablas, pues fue concebido en el segundo acto de Rigoletto, y el tercero de sus padres, durante la cita entre Gilda y el Conde de Mantua, mientras el público aplaudía de pie el verismo de la interpretación.
Cantando bajo la ducha. Jorge Maronna (Les Luthiers) y Daniel Samper.