El canto de las sirenas (XC) – Wagner y el psicoanálisis (y 3): Sensualidad, sensualidad, sensualidad

Acto II de Tristán e Isolda: Señal en la noche (Henri Fantin-Latour, ca 1886)

La madre  siempre  termina  en Wagner perdiéndose en  las  brumas  legendarias  de  aquel  misterio  que  nimba  de  irrealidad  fascinante  todo  origen.  Lo  matricial  es  en  los  héroes  wagnerianos objeto de angustiosa quéte. Pesquisa  indescifrable  del  héroe que  no  conoce  el miedo,  o que no  lo conoce  al  ignorar  toda  referencia  a  la madre  (así Siegfried). Y  que  inicia  su  formación  en  la  ansiedad  y  en  la  angustia  cuando,  a  través  de  incitantes mensajeros,  en  el  embrujo  de  cuento  de  hadas  de  los murmullos  selváticos,  se  le  van  entregando  las  pistas necesarias que conducen al descomunal descubrimiento.  Allí aparece  siempre,  como  volverá a  sucederle a Parsifal  con Kundry, una posible futura esposa o amante que, sin embargo,  fue contemporánea de  su madre, o hasta confidente y  protectora  de  ésta,  o  testigo  de  sus  desgracias  (Brünnhilde).

Du wonniges Kind!
Deine Mutter kehrt dir nicht wieder.
Du selbst bin ich,
wenn du mich Selige liebst.
Was du nicht weißt,
weiß ich für dich,
doch wissend bin ich
nur, weil ich dich liebe!
O Siegfried! Siegfried!
Siegendes Licht!
Dich liebt’ ich immer;
denn mir allein
erdünkte Wotans Gedanke:
de Gedanke, den ich nie
nennen durfte;
den ich nicht dachte,
sondern nur fühlte;
für den ich focht,
kämpfte und stritt;
für den ich trotzte
dem, der ihn dachte;
für den ich büßte,
Strafe mich band,
weil ich nicht ihn dachte
und nur empfand!…
Denn der Gedanke
dürftest du’s lösen!
mir war er nur Liebe zu dir!
¡Oh, tierno hijo!
Tu madre no volverá más.
Pero si para dicha mía me amas,
yo lo seré para ti.
Lo que tú ignoras
yo lo sé por ti,
pero el origen de mi ciencia
proviene de que te amo.
¡Oh, Sigfrido! ¡Sigfrido!
¡Luz victoriosa!
Siempre te amé a ti.
Pues sólo yo adiviné
el pensamiento de Wotan,
presentí su propósito
que nunca pude expresar
ni precisar,
por él me batí,
luché y combatí,
por él hice frente
a quien lo concibió;
por él fui castigada
y debí expiar la pena.
Aquello que no concebí
y tan sólo adiviné,
si supieras descifrar
ese recóndito propósito
encontrarías que sólo
fue amor hacia ti.

Hay,  pues,  un  corrimiento  generacional  que,  por magia  de  la  leyenda,  no  deriva  en  deterioro  físico.  La mujer  se  entrega  con  todas  sus  galas  de  juventud  esplendorosa.  Pero  es  también  la madre misma, o un  doble de ésta,  conocedora de  todas  las  vicisitudes  de  la  gestación,  nacimiento  e  infancia  del  joven  en búsqueda de  su  perdida  identidad,  la que en esa  requisitoria  amorosa hace acto  de presencia. 

Nietzsche quiere  asestar un  golpe definitivo  al histerismo de  época  de  las mujeres wagnerianas,  que  sin  duda  componían  un nuevo espécimen  femenino  en el paisaje del Reich alemán  recién  constituido.  Tanto  más  en  el  santuario  de  Bayreuth.  Pero  la  grandeza  del modelo  sobrepasa  las  malas  copias,  o  las réplicas mezquinas. Un hermoso carácter  (complejo en  su  histerismo  visionario)  como  el  de  Sieglinde  nada  tiene  que  ver con esas  «preciosas  ridículas»  que Nietzsche estigmatiza.  Tampoco  la magna  creación  de  Flaubert, Madame  Bovary,  queda  cuestionada  por todos  los comportamientos que  supo  sintetizar.

En Wagner  la  sexualidad, con  sus diferencias de género y  especie,  se muestra  en forma  siempre  ambigua, atestiguando  el  carácter  «perverso y polimorfo»  con  el cual definió  Freud  la  libido.  Esparce  sus  aromas,  sus  ansias,  sus  gemidos  y  sus  desvelos  a  lo  largo  y  ancho  de  la  geografía  musical  de  este  gran paisaje dramático  repleto de personajes de carne y hueso que compone el abigarrado mundo de  los dramas musicales wagnerianos. 

Todo  él  transpira  esa  palabra  con  la  que  Thomas Mann  compendia  ese  universo  (y  la  repite  tres  veces):  sensualidad,  sensualidad,  sensualidad.  Con  eso quiere decirse:  una  voluptuosidad  que  tiene  también  por  prioridad  la  incursión  en  lo  ilícito,  prohibido  y  tentador.  O  en  un  juego  de  riesgo  y  de  misterio en  el  que  siempre  sobrevuela  la  muerte. Y en  donde  la  llamada  del  origen, o del oscuro  fondo matricial,  es  siempre determinante. 

Eso  sucede  en  todos  los  dramas  musicales;  no  solo  en  aquellos  en  que  el  amor-pasión  es  su  obligado motivo.  En  Tristán  e  Isolda  eso  es  patente  a  través  de  la  noche de  amor y  su  sexualidad  transfigurada.  Allí  se  hace  del  amor-pasión  una  nueva  religión,  con  su  ritual  de  pasaje  escalonado,  sus  pruebas  y  sus  progresos,  y  finalmente  su  proclamada  consagración,  hasta  culminar  con  la  prueba  final,  mortal:  la  que  conduce a  la  fusión de los  amantes (en unión de vida y muerte,  o de amor  y muerte). 

Esa  fusión  hace  posible  la  definitiva  ruina  de  la  cópula  unitiva, a  la vez conjunción y disyunción, que une y separa  a  Tristán y a Isolda, la conjunción copulativa  «y»  (und),  último  rescoldo del Velo de Maya, o de  la  Ilusión de  las  representaciones diurnas. Se accede así, como en toda ceremonia  de  iniciación,  hasta  el  Altar Mayor de  la Noche  transfigurada,  en  la que se asiste, como ya presagió Novalis,  a  las nupcias de  la  vida y de  la muerte: vida  resucitada, muerte anhelada.  

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Todo lo que en estas páginas aparece en este color azul, son extractos del libro El canto de las Sirenas de Eugenio Trías; en negro están los ajustes gramaticales, lo resumido y todo lo que proviene de su texto. Y en este verde, lo añadido, comentarios propios y definiciones o explicaciones de terceros, generalmente de la wikipedia.

Acerca de José Luis

Las apariencias no engañan
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