La realidad de la Quinta Sinfonía de Shostakovich

Caos en vez de música (Pravda, 28 de Enero de 1936)

En 1934, Shostakovich había estrenado su ópera Lady Macbeth de Mtsenk, una mezcla de sátira y tragedia que fue un éxito en toda Europa. Sin que se sepa muy bien por qué, Stalin tardó mucho en ir a ver la obra, cosa que hizo finalmente en enero de 1936. Los presentes en el teatro, entre ellos el compositor, observaron aterrados cómo al dictador le incomodaban algunas escenas picantes y le desagradaban muchos pasajes musicales. Al final, Stalin se fue sin hablar con nadie. Al cabo de unos días, el Pravda publicó un artículo sin firmar, titulado Caos en vez de música, en el que se condenaba la ópera sin ambages. Muchos atribuyeron su autoría al propio Stalin. La última frase era escalofriante: “Las cosas pueden terminar muy mal”. Como todos los tiranos, Stalin era un cursi y consideró que esa música era lo que los nazis llamaban arte degenerado, un vehículo inapropiado para reflejar las bondades de la utopía socialista.

Hay que recordar que en aquellos años, los más infernales del terror estalinista, en los que la población era sometida a constantes purgas, con juicios sumarios, deportaciones y asesinatos, estaba muy mal visto aparecer serio en público. Todo el mundo –y en especial los artistas y los responsables políticos– debía mostrarse sonriente para demostrar que vivía en el paraíso proletario. En consecuencia, toda la producción artística tenía que ceñirse a los postulados del realismo socialista alegre y triunfante. Tras el fiasco de su ópera, Shostakovich se debatía entre el silencio o la reconciliación con el régimen, temiendo cada noche por su vida, rodeado de relojes, cuyo tic-tac al parecer le ayudaba a mantenerse sereno. Hacía poco que había terminado una nueva sinfonía, la cuarta, quefinalmente decidió no estrenar, por temor a que sufriera la misma suerte que su ópera. (La extraordinaria cuarta no se estrenaría hasta 1961, muchos años después de la muerte de Stalin).

Así las cosas, Shostakovich decidió aparentar una sonrisa y estrenó su quinta sinfonía en 1937, en el Gran Salón de la Filarmónica de Leningrado, la orquesta ya entonces dirigida por un joven Tevgeny Mavrisnky, que sería uno de los mejores amigos e intérpretes de Shostakovich, otro disidente clandestino y un director colosal. El estreno fue un éxito rotundo y clamoroso. Como cuenta Johnson, el esfuerzo final por volver a la tonalidad mayor, con las fanfarrias de las trompetas y el retumbar de los tambores, levantó al público en una ovación de media hora. Y al cabo de unos días, el lacayo musical de Stalin, Alexsei Tolstoi, publicó una crítica muy favorable de la sinfonía, calificándola como “una reconstrucción de la personalidad”.

Shostakovich se había reformado y había salvado así el cuello. Pero, ¿qué escribió en realidad el compositor en esa sinfonía? En la red puede encontrarse un estupendo documental titulado Keeping the Score: Shostakovich’s Fifth Symphony, en el que Michael Tilson Thomas, titular de la sinfónica de San Francisco, analiza paso a paso lo que el músico hizo para burlar el discurso oficial. Para el primer movimiento, Shostakovich se apoyó en Beethoven, uno de los pocos autores que habían sobrevivido a la censura comunista, por ser considerado, hasta cierto punto, revolucionario.

Los compases iniciales, asertivos e imponentes, aunque con un punto siniestro, recuerdan al principio de la novena de Beethoven, pero muy pronto la estructura en forma de sonata llega a una especie de punto muerto, con tres notas [00:57] que parecen retractarse de la afirmación inicial, rompiendo la inercia del movimiento y disolviéndolo “into a gently rolling figure”, como dice Tilson Thomas, “en una suave figura rodante” que nos lleva al siguiente tema, una aparente aria lírica a la manera de Tchaikovsky [2:22], sólo que Shostakovich, alterando una sola nota, subvierte el recuerdo melódico del pasaje y lo somete a una tensión inesperada.

Luego, de forma abrupta, los metales y la percusión asumen las tres notas del punto muerto [07:52] y las convierten en una marcha militar que recuerda a la Obertura 1812 del mismo Tchaikovsky y que, a su vez, recoge a través de las cuerdas el lamento inicial, llevándolo a un clímax en el que se reúnen todos los motivos desplegados, pero sin dejar que esa cima sea el final del movimiento, ya que luego las maderas retoman el motivo recurrente con gran humildad [12:48], como si caminaran por un páramo en el que empieza a oscurecer. Un solo de celesta [15:42], interrogante y enigmático, parece recordar al final que nada ha terminado.

El segundo movimiento es un scherzo muy vivaz y con visos cómicos, todo un homenaje a Mahler. Shostakovich escribió también música para películas –fue una de sus facetas más apreciadas– y siendo muy joven había tocado en cines, acompañando al piano la proyección de las primeras comedias mudas. Esa es la experiencia que se refleja en este movimiento satírico, donde apenas hay un momento de dulzura en el que un solo de violín, luego doblado por las maderas, parece reproducir la danza fugaz de una bailarina para luego dar paso otra vez a la troupe de payasos.

 

El tercer movimiento, el Largo, es el verdadero corazón de la sinfonía, un Requiem sin voz por todos los muertos anónimos, un memorial a las víctimas de Stalin y en realidad a todas las víctimas de cualquier época y bajo cualquier régimen. Como explica Tilson Thomas con esa claridad pedagógica tan propia del mundo anglosajón, reminiscente de la de Leonard Bernstein, Shostakovich fue muy hábil a la hora de distribuir las cuerdas en varios grupos para dar la impresión de un coro que canta durante la liturgia ortodoxa rusa. Algo parecido había hecho Tchaikovsky en la Obertura 1812, reproduciendo la melodía de un himno concreto, pero Shostakovich no podía permitirse citar una referencia religiosa evidente, así que no le quedó más remedio que inventarla, apelando a la memoria tácita del público, que inmediatamente se vio congregado en un templo, recuperando todo aquello que les había sido arrebatado.

El solo de oboe [5:08], de una tristeza infinita, recuerda al verso de Hölderlin: “Los que están muriendo deben cantar”. Luego los contrabajos y los chelos parecen unirse al lamento con una furia desatada, hasta que toda la orquesta lleva el movimiento a otro punto muerto en el que de pronto se oye una referencia espectral al solo de celesta del final del primer movimiento, acompañado en esta ocasión por el arpa [11:00]. Y como dice Tilson Thomas, “the strings breath a last benediction”, (“las cuerdas exhalan una última bendición”)

 

Después de este trance, Shostakovich sabía que, para salvar su vida, debía acabar con un movimiento alegre y afirmativo, en la línea del primero, aparentando de nuevo la sonrisa oficial. Y así lo hizo, pero deslizando por debajo la amargura interior. Al principio, la orquesta arranca llena de brío, triunfante, pero al poco llega a otro punto muerto, a un valle de melancolía y recogimiento [3:27], para luego dar paso a una especie de marcha lenta [6:53] que, según Tilson Thomas, recuerda una escena de la ópera Boris Godunov de Músorgski en la que el pueblo es obligado a adorar al zar. En cualquier caso, la marcha conduce al esperado e impuesto happy ending triunfal de toda la sinfonía. Sin embargo, Tilson Thomas demuestra que en esa apoteosis hay algo que no encaja. Como en la conclusión del primer movimiento, Shostakovich hizo aquí una pequeña alteración en su final feliz. En lugar del si natural que hubiera confirmado la versión feliz y mayor, eligió un si bemol que nos devuelve a la versión menor y triste, produciendo en el conjunto una leve estridencia muy perceptible si uno escucha con atención. Según Tilson Thomas, esa fue la manera que tuvo Shostakovich de decir que las armonías felices del final eran totalmente falsas. La sinfonía, así, terminaría en realidad en otro punto muerto y no en la aparente proclamación de éxito.

El día del estreno, los oídos fanáticos se contentaron con las fanfarrias patrióticas, pero otros muchos reconocieron la angustia, el miedo, el fervor clandestino y el grito de dolor y vida que la obra contenía. Un joven Rostropovich, presente en el público, le contó a Stephen Johnson que él, como tantos otros, se dio cuenta enseguida de la tragedia que subyacía al final aparentemente optimista. Muchos años después, Mvravinsky, ensayando la sinfonía con su orquesta, muerto ya Shostakovich, no daba con el tono exacto de un vibrato. Lo hacía repetir una y otra vez, hasta que de pronto, como recordó uno de sus músicos, estalló: “¿Han olvidado ustedes las condiciones bajo las que esta música fue escrita?” No hizo falta añadir nada más.

Shostakovich se pasó la vida jugando al ratón y al gato con la barbarie soviética, burlándose del poder y aprovechándose de él. Después de la segunda guerra mundial,  había compuesto ocho sinfonías. Todo el mundo esperaba por ello que la novena fuera otra gran novena, después de las míticas de Beethoven, Bruckner y Mahler, una obra coral que cantara el triunfo del comunismo sobre el fascismo. Pero el compositor se descolgó con una sinfonía breve, casi bufa, irónica y brillante que dejó perplejo al público e indignados a los gobernantes. Su verdadera opinión se la reservó para la décima, que se estrenó después de la muerte de Stalin y que de algún modo constituye un retrato de su tiranía. Y así, muriéndose a la vez de risa y de pánico, Shostakovich fue sobreviviendo y legándonos una música que sigue salvando vidas. Para quien quiera escucharla de verdad.

Andreu Jaume. Shostakovich y el arte como terapia (I). Crónica global.El español.com.

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Las apariencias no engañan
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3 respuestas a La realidad de la Quinta Sinfonía de Shostakovich

  1. josepoliv dijo:

    La novena no solo me gusta muchísimo, sino que me divierte en cantidad. Mientras la escucho me imagino la cara de estupefacción de toda la «granja» revoloteada e indignada. Esperaban una loa majestuosa para el gran (gran sanguinario, quiero decir) líder y se encontraron con una cruel risotada musical (cruel para la «granja», deliciosa para los que eran «menos iguales»). En cualquier caso, una de mis preferidas de Shostakovich, entre las que esta la fabulosa quinta, claro.

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