El cuarteto nº 8 de Shostakovich, a su memoria

“A la memoria del compositor de este cuarteto”. Esta fue la verdadera dedicatoria que Shostakovich, según le contó en una carta a su amigo Isaak Gilkman, quiso anteponer a su Cuarteto nº 8, que se publicó con una más general: “A las víctimas de la guerra y el fascismo”. (…) Al principio se dijo que la pieza fue compuesta después de que su autor visitara la devastada ciudad de Dresde, una de las más castigadas durante la guerra, en julio de 1960. Pero en realidad el cuarteto dramatiza una angustia mucho más privada.

(…) Después de la muerte de Stalin, cuando el terror parecía que empezaba a remitir, Khrushchev se acercó a Shostakovich para ofrecerle la presidencia de la Unión de Compositores de la Federación Rusa, un honor con el que el nuevo dirigente pretendía enviar un mensaje al Occidente liberal, ganándose al músico ruso más prestigioso y popular de la época.

A cambio, Khrushchev le exigió que se afiliara al Partido. (…) Shostakovich llamó a Isaak Glikman y le rogó que fuera inmediatamente a su casa. Glikman dijo que nunca había visto a su amigo en semejante estado de desesperación. El encargado de transmitirle el mensaje de las autoridades había sido un tal Pospelov, muy persuasivo e insistente. Según Glikman, Shostakovich le relató el encuentro con estas palabras:

“Pospelov ha intentado con todos sus recursos persuadirme para que me una al Partido, en el cual, según dijo, hoy en día se puede respirar fácilmente y con libertad. Pospelov puso por las nubes a Nikita Sergeyevich [Khrushchev], hablando sobre su juventud –sí, juventud fue la palabra que usó–. Me contó todos sus maravillosos planes y sobre cómo, realmente, era el momento de que me uniera a las filas del Partido, que ya no lo encabezaba Stalin sino Nikita Sergeyevich. Prácticamente, perdí la capacidad de hablar, pero de alguna forma me las apañé para balbucear la indignidad de aceptar tal honor. Agarrándome a un clavo ardiendo, dije que nunca había conseguido entender adecuadamente el marxismo y que, seguramente, tendría que esperar hasta que lo hiciera. Después, alegué mis creencias religiosas”.

Shostakovich siguió poniendo excusas, pero en sucesivos encuentros, Pospelov le acorraló y consiguió que al final cediera y se afiliara. Al cabo de pocos meses, el compositor volcó toda su vergüenza sobre sí mismo en el Cuarteto nº 8, que es algo así como el relato de su muerte moral. En la citada carta a Glikman, Shostakovich contó que la pieza era una especie de autobiografía. Su tema principal es su propia firma (D-S-C-H), pero también hay citas de sus sinfonías primera y quinta, de su segundo trío para piano, de su primer concierto para chelo o de su ópera Lady Macbeth. Se perciben también referencias a Wagner y Tchaikovsky.

En palabras de su autor: “Es un cuarteto pseudotrágico; tanto que, mientras lo componía, me deshice de la misma cantidad de lágrimas que si tuviera que orinar media docena de cervezas. Cuando llegué a casa, traté un par de veces de tocarlo completo, pero siempre terminaba llorando. Era una respuesta, por supuesto, no tanto a la pseudotragedia como a la unidad superlativa de la forma. Se podría detectar, claro, un punto de autoglorificación, la cual, sin duda, pasará pronto y dejará en su lugar la habitual resaca de autocrítica”.

Según Roger Scruton, Shostakovich es un compositor que no sólo sabe decir yo sino también nosotros. Aunque se trata de una afirmación demasiado vaga para explicar la música, el matiz podría aplicarse sobre todo a sus sinfonías, donde la intención épica y la apelación colectiva son más ostensibles, como en la séptima, una descripción muy dramática e impactante del asedio nazi a Leningrado. En cambio, como suele ocurrir con otros compositores –por ejemplo Beethoven, en quien Shostakovich parece siempre reflejarse–, los cuartetos constituyen algo así como un diario íntimo.

El Cuarteto nº 8 es uno de los más populares del repertorio y por ello ha sido a veces recibido con suspicacia por parte de la academia. Pero una escucha atenta nos demuestra que se trata de una pieza irresistible, llena de complejidad e inmediato reconocimiento. Se entiende muy bien que sea popular entre los aficionados y los desconsolados. Como dijo el propio Shostakovich en la carta a Glikman: “El tema fundamental del cuarteto son las cuatro notas Re natural (D), Mi bemol (Ess), Do natural (C), Si natural (H); es decir, mis iniciales, D. SCH”, aquí tal como se escucha en su décima sinfonía danzando de forma desafiante y desesperada:

Ese yo se presenta poco a poco a través de los cuatro instrumentos, afirmándose y repitiéndose, para luego dar paso a las sucesivas citas de su primera sinfonía, del tema de amor de la Patética de Tchaikovski y finalmente de esa quinta sinfonía con que el autor se salvó de la condena de Stalin a Lady Macbeth. Parece, de algún modo, como si Shostakovich estuviera pasando revista a lo que había sido de él, en relación a los demás y a su país –al nosotros–, en las últimas décadas, desde que había empezado su fulgurante carrera como compositor. Los tres primeros movimientos son, de hecho, como un álbum o un pastiche de sí mismo, milagrosamente reunidos en esa “suprema unidad de la forma” ante la que el propio músico seguía sorprendiéndose al cabo de los años. Y es que ese es otro de los enigmas del arte, su capacidad de imponer al dolor un orden, de darle una forma y transformarlo en otra cosa, convirtiendo la esterilidad del sufrimiento, la deyección moral y el sinsentido en una fuente de aguas curativas.

Es en el cuarto movimiento donde el chelo recuerda con tres notas [1:45] una escena de Lady Macbeth en la que Katerina canta a su amado Sergei, al que llama con el diminutivo Seryozha.

Shostakovich había dedicado la ópera a su primera mujer, Nina, que había muerto repentinamente en 1954. Con ese recuerdo en mente (que reaparecerá en el Cuarteto nº 14), la cita adquiere una vibración inesperada y la obra ingresa en un ámbito de liberación, ya sin ironía, guiada por una extraña luminosidad melancólica.

Es muy difícil no dejarse desbordar por la emoción en este momento. El dolor sigue presente, pero hay algo que ejerce su poder o su gracia, sin dejarse manipular, completamente a salvo. La música entonces fluye sin impedimentos ni segundas intenciones, discurriendo en una fuga que recuerda a Bach, quien, como bien sabía Shostakovich, también había jugado con sus iniciales al final del Arte de la fuga. La referencia a Bach no puede ser casual en quien, con esa conclusión, estaba buscando un consuelo que se obtiene de forma inapelable, aunque no sin desgarro, en el quinto movimiento, cuyas últimas notas nos dejan en una especie de estado de sedación. El yo que al principio se había presentado ante el juicio de los demás se transforma en algo completamente inédito, cambiado por la experiencia, dispuesto aún a sobrevivir moralmente, acunado por un amor espectral y abierto a una nueva trascendencia.

Con el Cuarteto nº 8, Shostakovich se salvó del suicidio. Al cabo de pocos años, la lucha contra la muerte, por sus constantes problemas de salud, acabaría por acaparar el contenido de su música. Desde 1966, el compositor sufrió varios ataques de corazón, además de un cáncer de pulmón. Las tensiones y las ansiedades de tantas décadas empezaban a hacer estragos. A los miembros del Beethoven String Quartet, la formación que estrenó la mayoría de sus últimas obras de cámara, les había prometido un total de veinticuatro cuartetos, de los que sólo pudo completar quince.

Andreu Jaume. Shostakovich y el arte como terapia (II). Crónica global.El español.com.

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Las apariencias no engañan
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3 respuestas a El cuarteto nº 8 de Shostakovich, a su memoria

  1. josepoliv dijo:

    Bien, supongo que Dmitri intuyó perfectamente que una petición realizada por según quién debe ser tenida en cuenta, muy en cuenta, vamos, que en aquellos tiempos, y con esa gente, petición era sinónimo de obligación. De ahí su desesperación y de ahí esa desgarradora composición terapéutica. Terapéutica para él, y para muchos de su tiempo y de los tiempos actuales. Y que cada cual se aplique tan sensacional terapia para lo que le convenga y le resulte de más ayuda. Si debía sentirse desesperado nuestro hombre que el largo del cuarto movimiento está basado en una popular canción rusa: «Desfallecido por los sufrimientos de la prisión», la cual se entremezcla, efectivamente, con el aria de Lady Macbeth de Maensk que se cita en el post. Si debería, insisto, sentirse desesperado nuestro hombre que recurre a motivos de numerosas obras anteriores como acto de afirmación de su arte: sirva de ejemplo el allegretto del tercer movimiento, que más bien es un scherzo con referencia cristalina del motivo principal de su concierto n.1 para violoncello y orquesta. Porque al igual que hay minas a cielo abierto, las hay prisiones. No hacen falta barrotes para sentirte encarcelado. Y eso es este monumental cuarteto, el relato estremecedor de un artista angustiado por quién nunca debería meter sus narices en la vida y obra de un artista.

    • José Luis dijo:

      A bote pronto, no se me ocurre ningún otro compositor que haya vivido tan amenazado, ni que, en consecuencia, haya producido tantas obras angustiosas. Ni tampoco ninguno cuya circunstancia personal, quizás con la exclusion de la sordera de Beethoven, se cite tan indefectiblemente.

      • josepoliv dijo:

        Así es sin duda, los últimos cuartetos de Beethoven son terapéuticos. Lo fueron para él, que los creó, y lo son para nosotros, que los escuchamos. Otro músico de personalidad angustiada y que compuso para aliviarla yo diría que fue Piotr Ilitx Txaikovski: su sexta es desesperadamente terapéutica. Desgraciadamente duró poco su efecto. Y lo de Mahler nunca me encajó en este apartado de músicos que utilizaron su música para autoprotegerse de las penurias extra-musicales.

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