Uno de los productos más celebrados de esta cosecha, sin el cual Nardini y Galuppi no habrían pasado a la posteridad, fue el concepto de concierto desarrollado por el “sacerdote rojo”: Antonio Vivaldi (1678-1741). Sus obras instrumentales, y especialmente sus conciertos, devinieron en paradigma del género debido a la frescura de sus melodías, ímpetu rítmico, su hábil tratamiento del color solístico y orquestal y unas estructuras formales claramente delineadas. Alrededor de dos tercios de sus conciertos están escritos para un solo instrumento solista con orquesta; casi siempre, como era común, para violín (más de doscientos), aunque también hay un número considerable para violonchelo (casi treinta), flauta travesera (más de diez), flauta dulce (tres), fagot o mandolina, entre otros instrumentos
La mayor parte de los conciertos vivaldianos tienen el esquema tripartito habitual: un movimiento rápido, un movimiento lento y un movimiento rápido final más breve y animado que el primero. Aunque algunos de sus conciertos están escritos en un estilo fugado “antiguo”, la textura tiende a la homofonía. Vivaldi, además, se adentra en la música descriptiva, como podemos escuchar ahora en el Concierto para flauta cuerdas y continuo en sol menor op. X, nº 2, RV 104, “La Notte”, obra en la que la música nos pondrá enfrente de los “fantasmas” y nos sumergirá en el “sueño”.
Vivaldi, tal y como hemos visto, establece en sus conciertos cierta tensión dramática entre el instrumento solista y el resto de la orquesta; no solo confiere al solista una figuración contrastante, instrumentalmente específica, sino que le hace destacarse como una personalidad musicalmente dominante en oposición al conjunto, una dualidad que Vivaldi supo tomar de la ópera para los conciertos para solista.
Por otra parte, el genio veneciano fue el primer compositor que otorgó al movimiento lento de los conciertos la misma importancia que a los dos rápidos. Su propuesta suele ser una melodía cantabile expresiva, de gran aliento, semejante a un aria vocal en tempo lento, respecto a la que se esperaba que el solista agregase sus propias ornamentaciones. Por ejemplo, la de este Andante del Concierto en mi minor «Il Favorito» RV 277b con que acabamos dulcemente la cata.